A contrapelo
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A contrapelo. Hace mucho que los altavoces mediáticos debieran funcionar con menos decibeles. Desde 1994, por ejemplo, cuando los montes de Chiapas parieron a ese ratoncillo conocido como el pseudo comandante marcos, a quien los medios convirtieron en un dinosaurio de los tiempos de la revolución cubana. Desde 2000, cuando los medios atentaron gravemente, no sólo contra Vicente Fox, sino contra la gobernabilidad en México, dando pábulo de paso al fortalecimiento de los cárteles del narco. Desde 2003, cuando Televisa convirtió a López Obrador, un pobre diablo con suerte, en el demonio silbante y rechiflante del PAN. Era natural: necesitaban un personaje de peso para contraponerlo a Fox y negociar así con éste contratos publicitarios. La publicidad electoral se convirtió, así, en el negocio de Midas en las elecciones presidenciales de 2006, cuando la pugna entre AMLO y Felipe Calderón fue tan ruidosa o más que la que enfrentaba, a puros balazos, a los cuatro cárteles del narco: el del Golfo, el de los Zetas, el de Sinaloa, el de Ciudad Juárez. Durante dos décadas, decíamos, los altavoces mediáticos no han dejado de sonar, con un volumen superior al de las ambulancias que levantan cuerpos de sicarios en las colonias suburbanas, si es que los levantan, por encima de la estridencia de los carros de bomberos que intentan torpemente apagar el incendio político y económico que nos consume desde entonces. Es sabido que si en una reunión social alguien sube el volumen del tocadiscos, los invitados empezarán a conversar a gritos. Esto ha sucedido con nuestra clase política, a la que de por sí le gusta gritar y darse de sombrerazos, para justificar su sórdida existencia y hasta hacerse los importantes. Si los problemas de la nación no se discutieran a gritos y a balazos, disminuirían de magnitud y se volverían manejables, resolubles. Así actúan los braceros, por ejemplo, quienes no tuvieron que pasar por el río Bravo paquetes de droga ni armas de última generación sobre sus mojadas espaldas, y actualmente envían al sur del país cantidades de dólares que sólo se comparan con los ingresos petroleros y las divisas que aporta el turismo. Esos migrantes oaxaqueños, guerrerenses, michoacanos no se lamentan como los Padres de Ayotzinapa ni se convierten en autodefensas en los Estados Unidos para combatir la discriminación racial. Trabajan, solamente trabajan. Ellos no conocieron los buenos oficios ni los auxilios de las casas de migrantes del padre Solalinde y del padre Pantoja, que sólo se ocupan de los centroamericanos. Sin embargo, envían a sus lugares de origen cantidades de dinero que ya quisiera el PRD para gobernar el Distrito Federal, de una manera todavía más despilfarrada de cómo lo hace actualmente. Ellos envían tanto dinero como el que emplea el INE para sostener a los partidos políticos, zánganos cuando no satélites del PRI, el único partido que tiene militantes y estructura territorial, el único pues que merece entre nosotros el nombre de partido político. Por ello he escogido opinar a contrapelo, pronunciando en voz baja opiniones más tremendas y controversiales que las simplezas divulgadas de manera brutal y catastrófica por los medios. El tono medio es el de la discusión, el de la disputa civilizada. A gritos nadie se entiende y sólo se multiplican las ofensas. Las campañas electorales, por ejemplo, nunca han dejado de ser un lamentable ruido mediático. Los bultos de cemento y los botes de pintura no hacen ruido, simplemente construyen, con la silenciosa tenacidad de los mexicoamericanos. No me hago preguntas sobre su estatus legal, sólo me interesa su eficacia, su lealtad, su solidaridad. Lo ilegal, lo corrupto es ese ruido mediático al que se entregan los partidos políticos, en vista de que no tienen ideas, ni militantes, ni proyectos, ni estrategias Alfredo García