71 cuerpos y un camión: migración y conflicto
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Eran 71. Eran sirios, se piensa. Uno de ellos traía un pasaporte; por eso la suposición. Sus cuerpos fueron encontrados en un camión abandonado en las afueras de Viena. 71 historias que no serán contadas. No huían por trabajo o por un mejor ingreso. Huían de la muerte. Entendieron que de un lado tenían a Assad, quien indiscriminadamente les asesinaba.
Entendieron que del otro lado, tenían a ISIS, quien igualmente despedazaba los cuerpos de sus víctimas. Quizás voltearon y se toparon con que en otros frentes su vida era amenazada por otras milicias que tampoco tenían empacho en acribillarles. Mucho más lejos, en Nueva York, en Moscú, Teherán, Riad, Doha o Ankara, los 71 desafortunados nunca encontraron soluciones, sino intereses que alimentaban el conflicto hasta tornarlo eterno.
Así que estas 71 personas, como millones más, emprendieron la travesía. Juntaron lo que pudieron, para pagar el viaje, esperando llegar a una Europa que se apiadara de ellos. Pero el destino no les concedió piedad. Tampoco hubo piedad para las otras 2 mil 500 almas, quienes, en su huida, han muerto en el mar sólo en este 2015.
No es que en Europa no haya humanidad, o que no hayan sido rescatadas miles de vidas. Sería injusto no reconocerlo. Pero, ¿de dónde va a llegar la solución que los millones de migrantes suplican a gritos? ¿De Grecia, Madrid o Roma que no terminan de resolver sus propias dificultades? ¿O de Turquía quien ya acoge a un millón de refugiados? No. La situación rebasa las capacidades de países que son los naturales puertos de entrada de estos migrantes. Se trata de un problema que sólo puede ser abordado integral y globalmente.
Existe esa migración ocasionada por factores socioeconómicos de expulsión y de atracción. Pero además, hoy tenemos que añadir los impactos de las guerras del siglo XXI ocasionados en parte por la debilidad estructural de los Estados-Nación, la proliferación de actores no-estatales violentos, quienes a veces más poderosos que esos estados, los someten, los penetran, chocan con ellos o contra otros actores no-estatales. Y en esas circunstancias, la corresponsabilidad de las grandes potencias no puede ser sobrestimada.
El colapso del régimen talibán en Afganistán a raíz de la intervención de EU y sus aliados ayudó, sí, a reducir la presencia de Al Qaeda en ese territorio, pero generó una situación de conflicto sin salida. La invasión de Washington a Irak terminó con Hussein, pero activó un conflicto que lleva 12 años y del que ISIS es un mero subproducto. Los ataques de la OTAN a Libia acabaron con Gaddafi, pero hoy tenemos una Libia trastornada por una guerra civil que no cede.
La cantidad de gente desesperada que necesita huir del infierno en el que vive sólo se incrementa. Como consecuencia, los costos económicos y humanos que esas personas tienen que pagar por emprender la ruta siguen al alza. Y si no entendemos que el problema no es sólo de ellos; si no asumimos nuestra corresponsabilidad, cada vez habrá más seres humanos inertes arrastrados por las olas, o almas sin nombre y sin historia cuyos cuerpos descompuestos terminan en camiones abandonados en las afueras de alguna ciudad plagada de blancos palacios como Viena.
Twitter: @maurimm