Cincuenta años sin los tacones de Carmen Amaya
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Carmen Amaya cruzó el mundo a golpe de tacón.
Madrid, España.- Hoy nos la recuerda una estatua en los jardines de Joan Brossa, en la ciudad española de Barcelona, aunque hace medio siglo nadie podía imaginársela quieta. El peculiar taconeo de Carmen Amaya (Barcelona 1913 - Gerona 1963) ensordeció a los críticos más fieros de Nueva York e, incluso a Frank Sinatra, de quién se hizo amiga tras sus actuaciones en Hollywood.
"Suda para no morir", solían decirle para que funcionara mejor su riñón, y ella lo interpretó como "bailar para no morir", "Quizá por eso taconeaba tan fuerte", dijo en a Efe María Rovira que ha dedicado una de sus coreografías a la bailaora.
Su escuela fue la calle, su universidad las noches flamencas, y la necesidad que su familia pasaba el principal motor de su vida. La necesidad hizo de ella una mujer fuerte, humilde y orgullosa de ser gitana.
INFANCIA A RITMO DE CASTAÑUELAS
Carmen Amaya conquistó los tablaos del antiguo barrio barcelonés de Somorrostro con tan solo seis años. Con mucho arte, ritmo, y moviendo las muñecas como ninguna otra, pasaba las noches bailando sobre las tablas del Café Chinitas junto a la guitarra de su padre José Amaya, más conocido como "El Chino", un músico con permanentes madrugadas de vino agrio y vomitonas espesas.
"Cuando le regalaron su primera muñeca no quería separarse de ella, y la tuvieron que convencer para que la soltara poniéndola en primera fila, 'tú lo que tienes que hacer es bailar para la muñeca, porque ya que la quieres tanto...' le decían", contaba Rovira al presentar su espectáculo "De Carmen".
"La gitanilla", la llamaba Sebastián Gash después de verla en la Exposición Internacional de Barcelona (1929). Su nombre aparecía por primera vez en letra impresa, y su pose en el semanario Mirador, llamó la atención de este crítico sagaz: "De pronto, un brinco. Y la gitanilla baila. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. Movimientos de un descoyuntamiento en ángulo recto que alcanza la geometría viva", escribió.
BAILAR O MORIR
Vicente Escudero, coreógrafo español , también lo predijo: "Esta gitanilla hará una revolución en el baile flamenco". Hoy se recuerda como "Carmencita" sintetizo a dos formas de entender el baile en un solo cuerpo: de la cintura para arriba la mirada clásica, pero unos pies con variaciones imposibles, propias del fulgor del bailaor.
¿Bailaba como un hombre? ¿Se movía como una mujer? Lo que es indiscutible es que Carman Amaya cambió el papel de las mujeres en el mundo farruco poniendo de moda el traje largo entre las flamencas como ella.
"Igual que hablamos de Isadora Duncan, Vaslav Nijinsky, y de toda esta gente que cambio la danza en cada una de sus épocas, para mí ella es una de esas personas grandes. Ella cambio el baile flamenco y, sobre todo, el papel de la mujer en él", concluía Rovira.
En 1935 llegó la auténtica consagración de la artista cuando el empresario Carcellé la presentó en el Coliseum de Madrid. De ahí faltaba poco para que diera dos saltos importantes, el internacional y el salto a la gran pantalla.
En la piel de María de la O, o con los tacones pisando en un musical de Kurt Weill, "Knickerbocker Holiday". Un corazón gitano que bailaba a 24 fotogramas por segundo en las salas de todos los cines.
PERSONAJE UNIVERSAL
Catalana, española, gitana y adoptada por la ciudad de Buenos Aires. María Rovira tiene claro que Carmen Amaya "es universal". "Ha dejado de tener una patria fija porque es una persona que ya pertenece al mundo".
En plena Guerra Civil Española, y con el fantasma de la limpieza étnica con la que Hitler ya amenazaba, Carmen Amaya cogió a toda su familia y emprendió rumbo al sur. "¡No hay nada peor para un gitano que meterlo en el agua!", comentaba Rovira, y los 15 días que tardaron en cruzar el Atlántico fueron terribles para todos.
Pero al llegar a tierras argentinas la luz regresó a la vida de Amaya que tardó poco en agotar las entradas de todas sus actuaciones.
Solo una insuficiencia renal pudo hacer que dejara de bailar. Su enfermedad nunca frenó su felicidad y desde 1952 vivió una larga luna de miel junto al guitarrista Juan Antonio Agüero que duró hasta el 19 de noviembre de 1963, el día de su muerte.
Cincuenta años lleva el mundo sin escuchar el espectáculo de Carmen Amaya, pero estatuas, fuentes, y sobre todo, todos los que bailan a ritmo flamenco, siempre recordarán su fiera mirada y sus incansables pies.
DESTACADOS:
-- Su escuela fue la calle, su universidad las noches flamencas, y la necesidad que su familia pasaba el principal motor de su vida. La necesidad hizo de ella una mujer fuerte, humilde y orgullosa de ser gitana.
-- ¿Bailaba como un hombre? ¿Se movía como una mujer? Lo que es indiscutible es que Carman Amaya cambió el papel de las mujeres en el mundo farruco.
--Con mucho arte, ritmo, y moviendo las muñecas como ninguna otra, pasaba las noches bailando sobre las tablas del madrileño Café de Chinitas. Solo una insuficiencia renal pudo hacer que dejara de bailar.
Por Ana Pérez López/EFE-Reportajes