BCE se arriesga, baja tipos de interés a mínimo histórico e impone tasa negativa a depósitos
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El BCE se convierte en el primer gran banco central del mundo en castigar los depósitos de los bancos en la ventanilla de Fráncfort para intentar debilitar el euro
Dos disparos secos para empezar. El Banco Central Europeo (BCE) acaba de rebajar los tipos de interés oficiales desde el 0,25% al 0,15% âel mínimo en sus 15 años de existenciaâ y se ha convertido en el primero de los grandes bancos centrales del mundo en imponer una tasa negativa (del 0,10%) a los depósitos que la banca mantiene en Fráncfort: el equivalente a un impuesto a los bancos que dejen el dinero en la ventanilla en lugar de ponerlo a circular. Solo Dinamarca y Suecia habían hecho en el pasado algo parecido.
El presidente del BCE, Mario Draghi, comparecerá a las 14.30 para explicar más medidas contra el riesgo de deflación en la zona euro. El banco central abandona así ocho largos meses de inactividad en los que la inflación ha caído hasta la zona de riesgo âcon el IPC en el 0,5%, muy lejos del objetivo del 2%, y riesgos de mayores caídas--, con una recuperación diabólicamente lenta âel PIB de la eurozona creció el 0,2% en el primer trimestre--, con el paro en máximos y, en fin, con escasas expectativas de salir de ese túnel mientras el crédito caiga y siga asfixiando a miles de empresas viables.
Hay en el último lustro una polución de sintagmas que contienen el adjetivo histórico vinculado a las decisiones del BCE. Pero es cierto que ambos recortes de tipos (tanto el del precio oficial del dinero como el de la tasa de depósitos) son, una vez más, históricos. Y sin embargo, el jefe del Eurobanco, Mario Draghi, se enfrenta hoy a una de las ruedas de prensa más complicadas de su mandato si no quiere defraudar las altísimas expectativas de los mercados, que esperan mucho después de que el italiano anunciara en mayo que se sentiría cómodo si en junio el consejo aprobaba medidas extraordinarias. Ha llegado ese momento. Y las rebajas de tipos tienen un efecto muy limitado sobre la policrisis europea, que incluye un euro fortísimo, unos precios que apuntan a la enfermedad japonesa (años de estancamiento de precios o incluso una pequeña probabilidad de deflación, que dificultan en grado sumo el ajuste de la economía europea) y un crédito que no está ni se le espera mientras los bancos, las empresas, las familias y los Estados sigan cargados hasta las cejas de deudas.
Los tipos negativos adentran al BCE en aguas desconocidas. Pero apenas tendrán efectos reales: son más un signo, un símbolo de que el Eurobanco puede ir más lejos que una herramienta efectiva, con los tipos de interés (la medida del miedo en una economía) muy cerca de la zona cero desde hace ya mucho tiempo.
Todos los ojos están en el BCE porque se espera que Draghi apriete el gatillo en su comparecencia ante la prensa con otras medidas de mayor calado, destinadas a desatascar el crédito a medio plazo y, a corto, a debilitar el euro. Las fuentes consultadas dan por hecha una nueva barra libre de liquidez a dos, tres o incluso cuatro años, a tipo de interés fijo y con algún vínculo que obligue a los bancos que beban de esa copa a prestar el dinero a la economía real. Se esperan también otras medidas de liquidez, a la vista de que el exceso de dinero ha ido reduciéndose en los últimos meses hasta niveles peligrosos. Y se especula con algún preanuncio respecto a un futuro programa de compras de créditos a pequeñas y medinas empresas, para que el sector empiece a desarrollar ese minúsculo mercado que consiste en agarrar los préstamos a pymes y empaquetarlos para colocarlos en el mercado (a imagen y semejanza de aquellas subprimes estadounidenses, salvando las distancias).
Las compras de activos a gran escala (quantitative easing, en la jerga anglosajona característica de los banqueros centrales) no están aún sobre la mesa, pese a que el BCE se va aproximando, poco a poco, a lo que otros bancos centrales (el estadounidense, el británico y el japonés) llevan años haciendo. Draghi no lo tiene fácil: el BCE es heredero del Bundesbank y sus decisiones son escrutadas al milímetro en Alemania, convertida en acreedor cada vez más vociferante. Los tipos tan bajos perjudican a los ahorradores; benefician a los acreedores, y en Alemania, haga lo que haga, a Draghi le esperan semanas de críticas. El problema es que está en tierra de nadie: fuera de Alemania se le critica por lo contrario, por la larga siesta de estos últimos meses a pesar de las señales de alerta, por una reacción que incluso hoy se espera modesta a la vista de que el BCE, en el fondo, defiende que la baja inflación actual refleja el necesario ajuste de la eurozona para recuperar competitividad.
Un día clave para el todopoderoso Mario Draghi, que junto a la canciller Angela Merkel se ha erigido como el principal gestor de la crisis del euro y que debe satisfacer las enormes expectativas en los mercados de divisas, de renta variable, deuda pública y de casi todo lo demás. La caja de herramientas del BCE es conocida y las medidas fundamentales están descontadas, por lo que buena parte de su impacto depende del lenguaje utilizado por el jefe del BCE, un auténtico maestro del teatrillo de las intervenciones de política monetaria verbales. Una crisis que, a la vista de la enésima ronda de medidas excepcionales, inéditas, extraordinarias e históricas, dista mucho de haberse acabado. A pesar del optimismo profesional en Bruselas, en algunas capitales y, de vez en cuando, en la mismísima Fráncfort.