¡Viva Ettore Scola! (1931-2016)
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El reconocido director de cine italiano y amigo de Fellini dejó este mundo a mediados del mes pasado, nuestro colaborador le dedica estas líneas
Por Javier Treviño Castro
Para mi amigo Américo Fernández, en Varenne
El periodista Marcelo Mastroiani confiesa a Sophia Loren, el ama de casa: “Yo no soy ni esposo ni padre ni soldado, ¿me comprende? Soy otra cosa. Me despidieron de mi trabajo porque, según ellos, soy un pervertido. Ya entiende, ¿verdad? Soy maricón, soy joto, soy un joto…”
Pero esto no impide a la guapa señora sentirse atraída por él: se acerca, lo acaricia con ternura y deseo, lo besa mientras “el maricón”, un tanto confundido, se deja hacer… Afuera los altavoces siguen gritando la narración de la visita que Hitler hizo Italia para encontrarse con su homónimo, Benito Mussolini, ante una multitud atronadora.
En el interior del departamento, el cuerpo femenino cae suavemente sobre el atractivo “maricón” y ambos hacen lo que se supone que desde siempre hacen “los opuestos”. Pero como el propio Mastroianni dice a ella luego del coito: “esto no cambia nada”.
La película es “Una giornata particolare” (1977) –“Un día especial” en español- y su director, Ettore Scola, quien murió el pasado 19 de enero, en Roma. Casi teatral, este filme lanza a la fama a quien fuera uno de los grandes amigos de Federico Fellini, al que había conocido muchos años antes, en la redacción de la revista “Marco Aurelio”.
Sí, apenas inicia el año y ya se lleva a uno de los más talentosos artistas contemporáneos. Poco antes se fueron Raoul Ruiz y el longevo y extraordinario Manoel de Oliveira. Esto, sin contar al novelista Henning Mankell, al ensayista Eduardo Galeano, al director de orquesta Kurt Masur y a tantos otros que sin ser famosos proyectaron su sombra sobre la tierra.
Varias películas de Scola me son entrañables por diversas razones pero especialmente por su delicadeza y su íntimo compromiso político, exento de catecismos y demagogia. No pude ver “Un día particular” en la pantalla grande: la película sufrió la humillación de ser apreciada en formato dvd, aunque fue vista una y otra vez. Y debo añadir que regreso a ella sistemáticamente.
Otra recurrente es “La noche de Varenne” (1982), en la que Scola convierte a Mastroianni en un rococó Giacomo Casanova envuelto en pieles y tan emperifollado como lo fue todo el siglo XVIII, antes de la Revolución Francesa. El célebre Jean-Louis Barrault hace al prohibido novelista francés Restif de La Bretonne y un joven Harvey Keitel desempeña un papel no muy secundario.
Es la Revolución Francesa -la primera, la de 1789- la que vemos como un gran telón de fondo en esta película: aquella huida de París del rey Luis XVI y su familia, disfrazados todos de aldeanos, su captura y el preámbulo del Terror. Uno espera que en cualquier momento aparezca el Marqués de Sade, pero esto no pudo haber sido, porque el autor de “Los 120 días de Sodoma” estaba recluido en La Bastilla, prisión que pronto será violentada y destruida por la multitud.
Con un guión muy eficaz, una fotografía espléndida y una alta asesoría artística e historiográfica, Scola nos cuenta un trozo de la historia de Francia y del mundo, un trozo definitivo para Occidente. El director nos sumerge en el ocaso del XVIII y de aquella infausta monarquía para, al final, hacernos emerger a nuestra época, la de los años 80 del siglo XX. Así, durante los últimos minutos de la película y de manera distanciada, el espectador ve casi literalmente el paso del tiempo: un personaje sale de aquellos días y de aquel entorno tumultuoso y camina hacia una escalinata que lo conduce –y nos conduce- a las grandes avenidas y al tráfico de la gran Ciudad Luz moderna. ¿O es Roma? Hay que ver a Mastroianni entrar en el sanitario destartalado de un hostal de paso para acicalarse un poco, en primer plano. Hay que ver cómo abre su neceser y se maquilla el rostro, rectifica el carmín de sus labios y empolva su peluca para luego salir -tocado ya con su tricornio y ayudado de su bastón-, dirigirse hacia el comedor y zamparse varios platillos dignos de un aristócrata: perdices, pato, quesos, vino tinto. Claro que también de él podemos decir: Queremos tanto a Marcello. Y a Barrault.
¿Cómo no recordar las sutilezas de una película como “La Cena”, de 1998, con Vittorio Gassman, Fanny Ardant, Giancarlo Giannini y muchos otros? Vista una y otra vez, “La Cena” forma parte de esa cineteca personal que todos hemos ido conformando al paso de la vida. Pocas veces Mozart se ha escuchado más elocuente en una película: el director italiano hace que el bellísimo segundo movimiento de su “Concierto para flauta y arpa” detenga la acción en la cinta con el fin de que la lente registre con dulzura, con morosidad, con una sabiduría propia sólo de un artista como Scola, los pequeños dramas que hacen de los seres humanos lo que son, lo que somos.
Imposible no pensar en las cosas que hacen coincidir la obra de un autor con nuestra vida personal. En la época de “Un día especial” yo, como tantos, era un muchacho que no sabía qué hacer con su vida –y sigo sin saberlo-; pretendía alcanzar esto y aquello; quería saber francés, italiano, inglés, alemán… ¿Cómo no intuir que todo esto ha sido “una giornata partocolare”?
En el momento en que vi “La noche de Varenne” –esta vez en la pantalla de un Cine Club, ya aquí, en Saltillo- huía de las erinias de la minería y el acero. Mejor dicho: huía de mí, como siempre. Esta película de Scola me hizo comprender que había sido descubierto y que el cadalso estaba preparado. Este que escribe es ese cadalso. ¿“Vivo en el pavor de no ser incomprendido”?
Fanny Ardant, Vittorio Gassman y todos los que actúan en “La Cena” me enseñaron que no se necesita ser un genio para entender que el sentido de la vida está en nosotros y en la certeza de que hay un compromiso que cumplir: el que establecemos entre lo que somos y lo que hacemos sin que importen géneros, colores de piel, religiones e incluso ideologías. Se es, y mientras se es, se lucha por la alegría y el dolor de vivir, por la justicia y la libertad.
Ettore Scola lo hizo muy bien, más que muy bien. Hay que ver “Gente de Roma” (2003) y “Qué extraño llamarse Federico” (2013), su última película, dedicada a Fellini, para acabar de entender cómo un artista es alguien que trabaja por los ideales de siempre, y al asumir y trascender una técnica, puede llegar a sí mismo, a sus amigos y a sus congéneres. Grazie tante, maestro Scola.
Las indispensables de Scola:
> “Un día especial” (1977)
> “La Cena” (1998)
> “Gente de Roma” (2003)
> “Qué extraño llamarse Federico” (2013)