Unidad en la acción
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Era necesaria la Reforma.
Primero sucedió la de Martín Lutero y después aconteció la del Concilio de Trento. Se había contaminado la comunidad eclesial con poder, tener y placer. No se podía ver el rostro de Cristo en su Iglesia porque faltaba congruencia entre Evangelio y estructura y función institucional.
Y vino la protesta. Toda auténtica protesta se levanta contra lo que es falso, contra lo que es injusto, lo que es opresivo u ofensivo. Jesús tuvo una actitud protestante contra el mundo de los escribas y los fariseos hipócritas de su tiempo.
Se buscaba –en tiempos de Lutero– ajustar la vida a la Palabra revelada y aquella primera reforma llegó a ser una separación por falta de diálogo acertado y suficiente. Se rompió la unidad simbólica o doctrinal, la litúrgica y la jerárquica. Se etiquetó la herejía, el pecado y el cisma.
Y así han corrido los cinco siglos. Hubo crecientes derivaciones de la inicial separación y se multiplicaron las “denominaciones”. Un cristianismo dividido hizo que los creyentes no fueran creíbles y se extendió el agnosticismo y el escepticismo, el racionalismo y, claro, el ateísmo y el secularismo. Hubo un concilio Vaticano I y luego, con la iniciativa de Juan XXIII, ya ahora canonizado, surgieron las líneas maestras doctrinales y pastorales de las constituciones que volvieron a las raíces del Evangelio.
Los últimos pontífices han propiciado un acercamiento, un dialogo, una oración y comunicación especialmente con anglicanos y luteranos y también con la Iglesia oriental, especialmente en el último encuentro con el actual Papa Francisco.
En Suecia se acaba de celebrar el V Centenario de la Reforma y ambas comunidades declaran en conjunto la noticia de la próxima unidad en la acción como un primer paso hacia la total comunión.
“Nosotros, luteranos y católicos, instamos a trabajar conjuntamente para acoger al extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo”, se lee en la declaración.
Asimismo, el texto invita a “seguir juntos en el servicio, defendiendo los derechos humanos y la dignidad, especialmente la de los pobres, trabajando por la justicia y rechazando toda forma de violencia”.
La declaración común sirve también para expresar el compromiso de ambas iglesias para “eliminar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad. La mejor reforma de la Iglesia es la restauración de su unidad, como decía Pablo de Tarso: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre”.