Una noche siempre buena
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Las luces del cielo brillaban sonrientes.
El paso del asno no era presuroso. Llevaba a María con peso valioso. Portaba en su vientre al Hijo de Dios. Belén a la vista, colmada de gente. Camellos echados comían en el centro y acá, en los portales con arcos, la gente llenaba el espacio. Clamaba José “¡aquí no hay lugar!”. Un hogar sería lo más apropiado para el nacimiento del Hijo esperado.
Tocaron las puertas en algunas casas, pero la respuesta era terminante: “no damos posada a los caminantes”. Una y otra vez se daba el rechazo. No encontraban sitio en ninguna parte. Nadie les dirá: “¡entren peregrinos!”.
Las ovejas siguieron a un pastor, dejaron una cueva. José entró y limpió todo con gran regocijo. Había blandas pajas y suave calor. Por un morralillo se volvió el pastor, y a José le dijo: “te presto el rincón” y se fue corriendo sin decir adiós. Al entrar de nuevo, José se admiró: un niño, envuelto en pañales, alegraba al pesebre y a la mujer.
Allá los pastores no podían dormir. Un canto del Cielo anunciaba ya: “Gloria allá en la altura para el mismo Dios y paz en la tierra a los que esparcen buena voluntad”. Anuncio gozoso en el canto angélico: “Belén es el sitio del gran nacimiento, ¡Salvador ya tienen!”. Saltaron, cantaron, corrieron, volaron, “¡vamos a Belén!”, todos los pastores exclamaron.
La señal sería ver una familia. Un niño en un pesebre, envuelto en pañales. ¡Todo era verdad! Ahí estaban el niño y la madre; ahí, un hombre bueno llamado José. Los pastores llevaban quesitos de leche de cabra, miel pura de abeja y pan. Era una delicia ver a aquel chiquito de mirada tierna y sonreír dulce.
Ha pasado el tiempo. Todo es presente. No es sólo recuerdo, es un gran misterio que deja en el alma paz y amor candente. Con miseria, el hombre estaba caído, y Dios descendió con misericordia. Toma carne humana el Hijo de Dios para que todo hombre llegue a Él. De lo eterno al tiempo vino con amor, y es amor que salva el que va del tiempo a la eternidad.
Noche siempre buena nos recuerda el canto de gloria divina y paz terrena. En cada familia hay un nacimiento de barro, de cobre, de oro o de cartón. Nace para el mundo una salvación. ¡Que nazca en nosotros un nuevo corazón!