Una lección de esperanza
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Cuando ocurrieron el terremoto y el tsunami en Japón, en el año 2011, varias ciudades de ese país se habían preparado ante la llegada de un posible fenómeno meteorológico. Nunca se imaginaron el poder con que actuaría la Naturaleza, y las previsiones quedaron entonces colgadas en el aire.
Con la experiencia de anteriores tsunamis, en una de las ciudades que daban al mar se decidieron a levantar un gran muro que la protegiera de eventuales gigantescas olas. También se rediseñó la ciudad y se establecieron estaciones en puntos altos a los cuales podrían acudir sus habitantes en caso de que las olas alcanzaran niveles extraordinarios. Para ello, en el rediseño de la ciudad se construyeron vías que condujesen a sus habitantes en línea recta y de manera expedita a puntos de convergencia en los sitios geográficos de mayor altitud.
Pero la Naturaleza fue mucho más allá de cualquier predicción y, contrario a lo que esperaban los diseñadores de la traza urbana, en cuestión de minutos el agua tomó los caminos que esperaban utilizar los habitantes e invadió las calles de una manera más que extraordinaria, mucho más allá de las expectativas, destruyendo violentamente todo cuanto encontraba a su paso.
Así, este pueblo pegado al mar se unió de manera dramática a la devastación que originó el terremoto que fue conocido como el Gran Terremoto de Japón, aquel 11 de marzo, y que formó olas de maremoto de hasta 40.5 metros.
¿Cuál fue la reacción de esa ciudad japonesa luego de ver la destrucción de una muy buena parte de su ciudad, de un momento a otro?
Las que hubo levantaron al pueblo. Las reacciones de frente a la tragedia se dejaron venir con creatividad y con un esfuerzo en conjunto.
Surgieron aquéllos que pensaron en organizar al pueblo en torno al empleo, el cual de inmediato sufrió el devastador golpe a la economía local. Un habitante de la comunidad abrió rápidamente un expendio de comida: se sirvió de camiones en donde colocó parrillas y servicio en general para la atención de la gente. Con ello estimuló el empleo, la producción y el consumo. Sus camiones tuvieron éxito en varias ciudades de Japón agobiadas por los efectos del tsunami. La economía local también se movió gracias a la iniciativa de una mujer que invitó a mujeres que habían perdido sus hogares a elaborar piezas de crochet destinadas a la venta en el exterior. Los estándares de calidad son tan altos que la venta de los tejidos tiene una demanda elevadísima a nivel internacional.
Hubo quien, al ver que la fábrica que había sostenido a varias generaciones, se sintió abandonado en la desgracia. Sin embargo, en una visita al lugar observó que una de las piezas llevaba inscrito el año en que había él nacido, en la década de los 80. Se emocionó al pensar que si aquel resto sobrevivió al tsunami, bien podría él mismo sobrevivir y salir adelante de nuevo. Pidió un préstamo y hoy es otro más de los que sostienen empleos en su ciudad natal.
Resulta sumamente interesante cómo la población, aquejada por la tragedia, la enfrentó de modo creativo. Hoy por hoy, los habitantes de la comunidad organizan un recorrido turístico por la parte de la ciudad mayormente devastada. Un recorrido que interesa a visitantes extranjeros y observadores que intentan explicarse el fenómeno meteorológico en ese lugar. Una expedición que trae derrama económica a la población y que favorece su desarrollo y crecimiento.
Ante la desgracia, ante la devastación, la elección no fue sentarse a llorar las penas. El ingenio, la voluntad, el esfuerzo y el sacrificio han levantado una y otra vez al pueblo japonés.
Ni qué decir tiene que se espera para México un futuro incierto a muy corto plazo y para los próximos años. El que nos tome preparados, positivamente críticos, y el que nos encuentre animosos dependerá de cada uno de nosotros. Si el ejemplo de otros puede ayudar, ahí están en Japón los modelos de perseverancia, de empeño y de una demostración intensa de lo que se puede llegar a alcanzar con unidad, arremangándose la camisa y no perdiendo tiempo sentándose a llorar o lamentarse. No es un llamado a la sumisión. Sí al trabajo