‘Todos los cuentos’
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El invierno ha llegado y se instaló en nuestras residencias y nuestras pupilas. El verano ya es un triste recuerdo cuando apenas ayer nos quejábamos de su calor soporífero el cual a nadie respeta. Como en una vieja tonada de Mario Saucedo —al cual el avispado reportero Sergio Alvizo y quien esto escribe siempre lo recordamos y citamos–, debido a la bestia suelta del infierno, “las noches las hago días…” o para decirlo con la lengua de otro clásico, Roberto Carlos, en una de sus conocidas canciones “… y cuando el sueño vence el día nació”. Eso era ayer. Hoy, los días grises y lerdos vienen acompañados de un viento frío y letal. Ya hemos desempolvado la frazada y el edredón abrigador. Sin duda, es cuando más leemos. Noches de lectura.
Como ya nada más la fama tengo, confieso que no he bebido. Ni caguamas gratificantes de albañil, ni cerveza artesanal, ni latas de cualquier tipo o marca de cebada. Nada. Sólo Coca Cola. Imagino he de tener gusanos en la panza alimentados por este jarabe del imperialismo yanqui, pero nada más refrescante que beber Coca a media noche. Lo de beber agua nunca se me ha dado. Ni me quita la sed y no la disfruto. Café es sólo toda la mañana. En la noche, ahuyenta de por sí, mi frágil sueño. Lo que sí me compré para no perder mi fama de bebedor empedernido, fueron varias botellas de ron. De todo tipo de etiquetas y pelaje. Desde el inconmensurable Ron Castillo; el ahora muy solicitado por las ladys, Ron Capitán Morgan; sin faltar el Bacardí, el Appleton o uno bueno que sí me gusta harto, el Matusalén. Es solo para entibiarme el alma. Hoy no tengo marca aborrecida de ron.
Sólo así he podido sobrevivir a estos días de tormenta y a noches en vela donde se pudre el alma. ¿Qué más hacer? Lo mejor del mundo cuando uno no tiene musa de planta al lado, leer. He avanzado en la lectura, como si fuese adolescente. Ahora sí, como en la miscelánea de la esquina, he leído de todo un poco. Pero hoy me detengo en dos aspectos.
Uno, por un trabajo que estoy realizando, de nueva cuenta y como siempre en vida, leo y releo a mi escritor de cabecera, Francis S. Fitzgerald y si lo leo y abordo, no puedo dejar de lado a su musa, con la cual se compenetró a tal grado, que se destruyeron mutuamente, Zelda Sayre. Dando sorbos al ron y a la Coca-Cola y oteando páginas aquí y allá de Fiztgerald, también di cuenta en estos días de grisura en el paisaje, de los cuentos del Santo Patrono de Aracataca, Colombia, Gabriel García Márquez. Dos ases, dos maneras muy diferentes de ver el mundo. Ambos, figuras tutelares en mis letras. Profetas mayores.
Esquina-bajan
He leído y releído al “Gabo”, el escritor favorito de mi hermano en la eternidad, don Armando Sánchez, porque el empresario y trotamundos del matemático Miguel Ángel Wheelock, hace algunas lunas regresó de Colombia a donde fue a realizar negocios e intercambio de conferencias y mercaderías para emprendedores, y tuvo a bien traerme un presente, digamos un tesoro que hoy comento: el libro “Todos los Cuentos (1974-1992)” de San Gabriel García Márquez. Ni más ni menos. Todos sus cuentos reunidos en un solo volumen.
Un regalo que valoro en alto grado.
Alguna vez y cuando el periodista mas ácido y letal de Coahuila, Luis Carlos Plata, vivía en territorio comanche, Veracruz, y al preguntarle de su rutina de trabajo y lectura en el diario donde éste joven maestro era su Director, Plata me espetó, “pues leo de noche maestro, siempre en calzoncillos y sudando a mares”. Sin duda, una heterodoxa y adánica manera de leer de Plata en tierra caliente. Yo y por este clima que ya nos asiste en este invierno, me entregué a la lectura del “Gabo” en la noche, calzado con mi fina pijama favorita de seda; unos calcetines de estambre, un vaso de ron con Coca Cola en mano y en la otra, los folios de Fiztgerald o García Márquez a discreción.
Al día de hoy he terminado la lectura de sus cuentos. Bramaba el último año de Fitzgerald sobre la tierra, 1940. Vivía de prestado con su amante en Hollywood, California. Zelda Sayre, atacada de sedantes, se consumía viva en un hospital para enfermos mentales. Scott mantenía una correspondencia regular con ella. El 16 de noviembre de dicho año, le envía una epístola donde le cuenta de su rutina diaria: escuchar la radio y terminar su última novela que dejaría escrita. De salud ya quebrantada, el autor de “El Gran Gatsby” se queja de un “peso” que le oprime “los hombros y la parte superior de los brazos”. Al ir con el médico, éste le receta algo doloroso, así lo escribe en quejido lánguido a Zelda, “He tenido que dejar la Coca Cola…” (“Cartas de Amor y Guerra”, Mondadori).
Letras minúsculas
Autores de proporciones centáureas. Es invierno. Abríguese estimado lector.