Sí existe la violencia obstétrica
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Jamás ói hablar de la violencia obstétrica ni sabía siquiera que existiera algo así.
Después supe, mientras realizaba algunos reportajes sobre lactancia, apego materno y abuso de la cesárea, que era algo real.
Tan real que todos los días se vive y se sufre en, no sé si todas, pero sí muchas salas de parto de hospitales públicos, ignoro si en las privados.
Lamento no tener una definición de diccionario para explicar eso de la violencia obstétrica, pero daré un ejemplo que ilustra a la perfección dicho acto deplorable.
Me lo contó una humilde madre del ejido Porvenir, situado en la Comarca Lagunera.
Ella era una embarazada en el último mes y sintiendo los dolores del alumbramiento se fue corriendo, sola, al centro de salud.
Llegando a la clínica se sintió peor de mal y hasta pensó que se moría.
El personal de la unidad, unas enfermeras de trato déspota, la pusieron en una camilla.
Que le hablaran a su mamá, por favor, les pidió ella, porque se sentía realmente mal.
Y así estuvo rogando, como entre delirios, por largo rato, hasta que una de las chicas de blanco le soltó una arenga que sonó peor que una maldición, una ofensa grande.
Y le dijo:
“Cuando estaba abierta de patas con su viejo, ¿no le hablaba a su mamá?”.
Finamente, me contaba la señora, perdió a su bebé, una niña preciosa, dice ella.
Y lo que pudo ser una experiencia maravillosa, su parto se convirtió en un recuerdo amargo.
Después escuché historias similares de mujeres para las que su parto fue una experiencia verdaderamente traumática, de enfermeras y doctores que les violentaron:
“Cállese, no grite” o “apúrate, por tu culpa voy a salir tarde”.
Y bueno, me pareció apropiado compartir esto ahora que se carca el Día Internacional de la no Violencia contra las Mujeres.
Hay poco qué celebrar, ¿no cree usted?