San Pablito: la suma de nuestras incompetencias
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La cifra de personas muertas es aterradora, pero ni siquiera se trata del número más alto de la ya muy larga historia de tragedias de este tipo ocurridas en nuestro País. De hecho, pareciera que sucesos como éste ocurren con tanta frecuencia que los olvidamos con facilidad, a pesar de que durante algunos días ocupan el espacio principal de todas las conversaciones.
Peor aún: aparentemente impermeables a la posibilidad de aprender de la experiencia, tan pronto se disipó el humo de la tragedia en el poblado de Tultepec, las autoridades se aprestaba a anunciar que el mercado de pirotecnia de San Pablito volverá a abrir.
Y es que en la idiosincracia del mexicano la indignación nunca alcanza para transformar la realidad. Lo mismo en las minas de carbón de Coahuila que en los talleres de pirotecnia de todo el País o en el caso de los conductores ebrios que asesinan transeúntes: con cada tragedia se suman miles de voces “exigiendo” que las autoridades “hagan algo” para modificar el estado de cosas, pero el coro resulta siempre efímero.
La acumulación de muertos nunca parece ser suficiente para que nos decidamos a darle la vuelta a la página y colocarnos del lado de la sensatez, que en el caso de las tragedias provocadas por el manejo de pólvora tienen —como ocurre con otras muchas cosas— una solución muy sencilla: dejar de comprar fuegos artificiales.
Porque la ecuación es simple: en México existen comunidades enteras dedicadas a la fabricación de juegos pirotécnicos —y, por ende, a la manipulación de grandes cantidades de pólvora— porque existe un amplísimo mercado para tales artefactos. Y mientras no dejen de existir consumidores no dejarán de existir los fabricantes y comercializadores.
No faltarán las voces que señalen en una dirección distinta, afirmando que la solución está más bien en imponer controles eficaces y medidas de seguridad realmente efectivas para la operación de esta industria.
Y tendrán razón quienes así opinen, aunque pierden de vista un detalle importante: la imposición de medidas de seguridad estrictas, que reduzcan al mínimo la posibilidad de accidentes, implica incrementar de forma importante los costos de operación de esta industria y ello seguramente provocaría el surgimiento de un mercado aún más peligroso: el de carácter clandestino.
Por lo demás, las autoridades mexicanas se han esforzado largamente en demostrarnos que son incapaces de diseñar e instrumentar medidas que tiendan realmente a eliminar las fuentes de riesgo o a transformar en serio el modus operandi de sectores que, como el de quienes se dedican a la pirotecnia, constituyen un peligro para la sociedad.
Por ello, si las imágenes que han circulado profusamente en las últimas horas nos han impactado y, a partir de ellas, queremos realmente contribuir a que una tragedia como ésta no vuelva a ocurrir, la solución es simple y está en nuestras manos: dejemos de comprar fuegos artificiales.