Revolución silenciosa
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Durante el curso de la vida de Nicolás Copérnico, científico del cual mañana se celebraran 544 de su nacimiento, Europa se convulsionó por las fuerzas del cambio y un nuevo mundo nacía. Cristobal Colón descubría sin querer uno nuevo, Martin Lutero desafiaba al Papa León X con la reforma protestante y el rey Enrique VIII, separaba a la Iglesia de Inglaterra de Roma.
Pero Copérnico, un hombre de raíces profundamente cristianas y que se había doctorado en Derecho Canónico por la Universidad de Ferrara en 1503, no quería causar más controversias pues su teoría del “Heliocentrismo” que había escrito en el año 1514 pero que no había sido publicado, se oponía a siglos de dogmas, ya que contradecía la noción aceptada hasta entonces de que Dios colocó a la Tierra en el centro del Universo.
Hasta entonces, las teorías de Aristóteles y Ptolomeo, cuyas concepciones del modelo geocentrista con un mundo estático y centro del Universo, eran las aceptadas por Roma y la poderosa Iglesia católica. Fue solo gracias a la insistencia de su discípulo George Joachim Rheticus que en el año 1543, casi 30 años después de que lo escribiera. La leyenda cuenta que en su lecho de muerte pudo ver la primera edición de su libro, otros que no alcanzo a verlo impreso.
Lo que si es verdad es que su obra ‘‘De Revolutionibus Orbium Coelestium Libri Sex’’ o “Sobre las Revoluciones de los Cuerpos Celestes”, sacudía a la cosmología colocando al hasta entonces inmóvil Sol, cerca del centro de la órbita de la Tierra, un hecho que entraba en conflicto con los pasajes bíblicos que hablan claramente del Sol, del movimiento y de una tierra estática.
Se trataba como su nombre lo dice, de una revolución, un abierto desafío a la Biblia, la Iglesia y las teorías científicas que habían prevalecido por más de mil 500 años. Y es que Copérnico desplazaba a la Tierra como centro del Universo y en lugar de ello colocaba al sol en el centro de nuestro sistema y hacia de la tierra una viajera alrededor del sol. Mostró además, cómo determinar no solo el orden de los planetas, sino también el tamaño relativo de sus órbitas, que en el esquema tradicional centrado en la Tierra, era imposible.
En 1616 la Iglesia prohibió su libro, pero no pudo controlar la influencia que este ejerció sobre Johannes Kepler y sus leyes de los movimientos planetarios y casi un siglo después en Galileo Galilei, que habría de publicar el libro “Diálogo Acerca de los Dos Sistemas Principales del Mundo”, un hecho que le ocasiono ser acusado de herejía por parte de la inquisición católica, pues “Ofendía la fe” al decir que Tierra gira alrededor del Sol, que tenía rotación diaria y que no era el centro del universo.
Amenazado con la hoguera si no se retractaba de sus teorías, Galileo lo hizo y dijo: “Hoy ante este santo Oficio, abjuro los susodichos errores y herejías”, algunos dicen que luego de eso, hizo una mueca y en voz baja dijo “Y sin embargo se mueve”.
Algo similar ocurrió con Charles Darwin, que tardo 22 años en publicar su obra “El Origen de las Especies” que proponía tácitamente la creación y evolución sin un Dios de por medio. Sus motivos son discutidos, pero muchos aseguran que le preocupaba la reacción de la Iglesia anglicana de Inglaterra ya que Darwin había realizado estudios de Teología en el Colegio de Cristo de la Universidad de Cambridge pues su primera intención fue convertirse en ministro de culto, aunque se graduó en Humanidades. Una vez publicado su libro que por cierto agoto en un solo día su primera edición de mil 250 ejemplares Copérnico tuvo y ha tenido sus detractores.
Algunos de ellos afirman que la teoría del heliocentrismo no fue una revolución en la cosmología, sino simplemente un cálculo matemático conveniente y que sus teorías, pasaron inadvertidas por otros astrónomos y figuras destacadas de su tiempo. Aseguran, que si la Iglesia se tomó más de 50 años para prohibir su obra, es porque no tuvo un mayor impacto y que muy pocos se enteraron de su teoría.
Puede que tengan razón, pues pasaron más de 200 años para que la Teoría de Copernico fuera aceptada, pero con ello, cambio siempre nuestra concepción del mundo y de la ciencia, encendiendo con ello una revolución silenciosa, la científica. Nada mal para un médico sencillo que trabajaba en la oscuridad en pueblito remoto de Polonia.
@marcosduranf