Quien habla sólo espera...
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A Magda; a Ernesto If you got bad news, you wanna kick them blues… Eric Clapton Una de las actividades más sabrosas y nutritivas de la vida es la conversación, ¿quién podría negarlo? Y conversar con alguien receptivo y dispuesto a escuchar y a hablar sinceramente parece hoy algo difícil de llevar a cabo. Nada tan extraño como charlar con un amigo que emite palabras mientras teclea sobre su teléfono celular. Se supone que está contigo y conversa contigo, pero al mismo tiempo, está con otro y conversa con ese otro. Algunas veces he decidido despedirme de amigos de esa índole diciendo: “cuando quieras hablar de verdad, me llamas, ¿de acuerdo?” Lo que hago es visto como una “falta de respeto”, como una “grosería”, pero lo que ellos hacen parece simplemente normal: el producto de una era digital “que tú no entiendes”. Así, resulta que el mal amigo y el malagradecido es este escribidor, lo que me deja con una sonrisa congelada en los labios. La era digital me encanta, me parece estupenda; lo que ya no me lo parece tanto es la deshumanización que ha provocado en nosotros. Sí, en el sentido en que Ortega y Gasset habló de “la deshumanización del arte” en su ensayo. Hace unas horas conversé con la familia de un estudiante recién graduado en la Licenciatura en Letras Españolas de la Universidad Autónoma de Coahuila: Ernesto Valdés González. Se contaron anécdotas, se habló de esto y aquello, se rió mucho, se celebró la llegada a un momento importante en la vida de Ernesto y más. Fue una conversación cálida y relajada. La semana anterior tuve el privilegio de conversar con la artista plástica Magda Dávila. Bebimos una copa de vino tinto, picamos algo delicioso y, fuera de las nimiedades de los oficios cotidianos de cada uno, fuimos encaminando la charla hacia lo que tanto nos importa: el arte. Y como si fuésemos estudiantes de Artes Visuales y tuviésemos 20 años, hablamos durante horas. Ambos teníamos mucho que decir, entre otras cosas, acerca de la exposición de la Primera Bienal Nacional de Autorretrato, que fue recientemente exhibida en el Museo Rubén Herrera. La idea de esta Bienal, la organización y el montaje de la exposición fueron de Magda. Hablamos de las obras que consideramos destacadas y la razón por la que otras nos parecían sugestivas o sustituibles. Resumir nuestra conversación en unos cuantos enunciados es una osadía: no me desvelaba hasta las tres de la mañana conversando con alguien desde que mi amigo Jesús Valdés ya no está aquí. Sólo alguien como Magda Dávila -o como otros pocos amigos- podrían mantenerme atento y hasta absorto en la charla, escuchando y participando en ella, aprendiendo de ella. Quizá por eso Platón optó por el diálogo como una forma de exposición de ideas. Si leemos bien estos “Diálogos”, sabemos que en algunos hay un átomo de acción, pero lo importante en ellos no es el drama, sino lo que los personajes dicen en torno de ciertos temas, especialmente lo que dice Sócrates. Pero éste sería Nadie sin interlocutores: Sócrates conversa y al conversar –al sacudir a sus “contrincantes”- expone ideas; ideas de carácter ético, estético, gnoseológico. No son así las conversaciones cotidianas, evidentemente. Ninguno de nosotros habla de esa manera al encontrarnos de pronto por la calle o en una cafetería. Nuestros encuentros están lacrados con frases hechas y fórmulas verbales absolutamente protocolarias. Esta epidemia parece atacar a todos los grupos sociales de cualquier clase: cada grupúsculo tiene su santo y seña. Es de suponer que se trata de algo “natural”. Desde hace décadas los sociólogos hablan de “actores sociales” y de “escenarios” posibles, adoptando términos teatrales para reflexionar en torno de los fenómenos que ocurren o pueden ocurrir en los diversos ámbitos de lo humano. Esos “actores” somos nosotros y esos plausibles “escenarios” constituyen nuestra múltiple e impredecible realidad. Pasé horas conversando con Magda Dávila, como lo hemos hecho otras veces, siempre con una amenidad interminable. Pero no hablamos como sociólogos, antropólogos o economistas, ni siquiera como artistas: hablamos como un par de buenos amigos cuya pasión por el arte es semejante; hablamos con la lozanía y acaso con la inocencia de los niños que creen descubrir un mundo. Así hablé con Ernesto y lo escuché, incluso cuando trabajábamos en su escabrosa tesis. Que si el “marco teórico” y la metodología; que si este sistema de citación o el sentido épico del corrido mexicano… Ahora, en la soledad de este habitáculo, sentado ante la computadora y escuchando a Eric Clapton y a Donovan –dos de mis tótems íntimos- oigo también el flujo arenoso de la tristeza. ¿Qué hacer con todo esto?