¡Querer desaprender!
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El retorno a clases debería ser un llamado a la conciencia de todos, a ese recordatorio que nos pide estudiar no para competir, sino para aprender a vivir bien
Lo que hicimos en el pasado ya no es lo mejor ni lo más apropiado para el presente, menos para el futuro. Por eso nunca hay que conformarnos con las ideas viejas ni las de hace apenas algunos momentos; siempre hay que buscar nuevos caminos, sendas inéditas…
“En una ocasión un hombre que caminaba por el desierto, de pronto escuchó una voz que le dijo: levanta unos guijarros, mételos en tu bolsillo y mañana te sentirás, al mismo tiempo, triste y feliz. El hombre, aunque extrañado, obedeció. Recogió un puñado de guijarros y los metió a su bolsillo y así se retiró a descansar. Al día siguiente, vio que los guijarros se habían convertido en diamantes, rubíes y esmeraldas y el hombre se sintió feliz y triste a la vez, cumpliéndose así la profecía. Se sintió feliz por haber recogido los guijarros y triste por no haber recogido más”, dice la parábola de William Cunningham.
El llamado
Estudiar, en gran medida, implica atender el llamado de la misión que cada joven tiene en la vida y ciertamente es muy peligroso cuando el ser humano desatiende el llamado de su vocación y elude cumplir su misión en la tierra, porque esa es una forma de traicionar deliberadamente su destino.
Lo grave de lo anterior es que habrá una frustración que lo acompañará mientras viva, por eso hay que tener presente que la dimensión de una persona no se mide por las riquezas terrenales que acumula en el curso de su vida, sino por sus frutos, por su testimonio, por el esfuerzo emprendido, por lo entregado, por haberse entregado de lleno a su vocación de vida.
Suele suceder
Cada vez que inician las clases observo que muchos estudiantes viven lo mejor que tienen: su desbordante entusiasmo, en ocasiones fundamentado solamente en buenas intenciones.
Es cierto: son tiempos en que los jóvenes dicen cosas como estas: “¡ahora sí, desde el principio, le voy a meter ganas!”, “¡Este semestre sí que voy a estudiar diariamente!”, “¡Ahora sí no me a va pasar lo del semestre pasado!”, “¡Ahora sí: menos reventón y más estudio!”, “¡Ahora sí, no voy a tronar!”, “¡Ahora sí que no me voy a pasar en faltas! “, “Ahora sí…”. Y no sé que tantas otras cosas se proponen con ese “ahora sí” que dicen honestamente, pero sin las bases para emprender los verdaderos cambios que, desde adentro, les permitan alcanzar las metas que se proponen.
Y luego, desgraciadamente, al concluir el semestre, surgen las historias de siempre: las reprobadas, las metas incumplidas; es decir, las decepciones. Y mucho de esto se debe a que se ignora que no son los grandes cambios, sino los pequeños detalles que sumados permiten alcanzar grandes objetivos.
De esta manera los buenos deseos suelen quedarse en entusiasmos frustrados, como si fueran propósitos de año nuevo: promesas que luego no se cumplen.
VISIÓN
Creo que esto sucede porque, entre otras razones, los jóvenes no planean adecuadamente sus actividades, porque no saben administrar su tiempo en relación al significado de sus vidas y, también, porque desconocen la manera de generar los cambios o las adecuaciones necesarias en sus actitudes para así desarrollar hábitos que no sólo les ayuden a incrementar su productividad académica, sino también su bienestar personal.
Creo que muchos jóvenes fracasan porque no cuentan con una visión clara de lo que desean, y entonces trastocan las actividades importantes por las que son triviales, para luego –como si fueran volcanes enfurecidos– hacer tardíamente, con el fracaso correspondiente, las cosas que son importantísimas, pero que ya se tornaron también en urgentísimas.
Esto, consecuentemente, provoca terribles frustraciones y desengaños, así como sensaciones de fracaso y, con el tiempo, al vivir tratando de “administrar” las crisis, surge en ellos un sentimiento de desdicha y minusvalía.
UN RETO
Para romper con este perverso ciclo, en primer término hay que revisar las razones por las cuales hacen lo que hacen; es decir, clarificar el “porqué” y “para qué” de sus propósitos, para luego establecer objetivos y, entonces, llegar a diseñar los procesos que les permitirán alcanzar sus metas: realizando cronologías, estableciendo responsabilidades y horarios tanto de estudio como también de esparcimiento.
Esto involucra emprender dos chamabas: una de desaprendizaje y otra de aprendizaje. El reto es reaprender el oficio de ser estudiantes, dejando a un lado la exclusiva necesidad de ser “competitivos”, de intentar ser mejores que los demás y, en lugar de eso, aprender a ser simplemente seres humanos, personas buenas, responsables, inclusive felices. Entonces, romper con la rutina incorporando nuevas formas de pensar representa la tarea fundamental del estudiante que desea ser auténticamente triunfante, “humanamente exitoso”. Por eso, hay que quitarse de la cabeza la necesidad de “pasar” los exámenes y ocuparse en verdaderamente aprender, formarse y saber vivir.
Entonces, es preciso atender y dirigir el esfuerzo que se emprende llenándolo de sentido con el significado de la propia existencia, más que desear poseer los resultados del proceso, dado que sólo somos responsables de aquello que hacemos y de lo que dejamos de hacer, y no del fruto del empeño emprendido.
De ahí que suene obvio lo que los maestros dicen: “si haces bien lo que hay que hacer –aprender– el resultado –pasar– se da por sí mismo. Yo agregaría: eso que se hace bien, hay que saber para qué y por qué se debe hacer muy bien.
Redimensionar
Es conveniente que el estudiante redimensione su labor. Siendo su primera tarea insistir a su propia alma para que viva bien despierta y enteramente desplegada; luego estar dispuestos a estirarla sin miedo hasta sus propios límites, para así hacerla crecer a lo más ancho y profundo. Esta es una manera para vivir plenamente la existencia interior, que es, finalmente, la que dota de sentido y significado a todo aprendizaje trascendental.
Después, es conveniente comprender que toda formación es personal, la cual requiere desarrollar, por lo menos, cuatro acciones básicas: aprender a aprender, aprender a trabajar, aprender a generar vínculos perdurables con otras personas y aprender a divertirse en el proceso, pues así es como se genera el gozo y la alegría de forjarse una persona comprometida consigo misma, un ser que luego pueda decir: “he aprendido, he vivido, he contribuido, mi vida importó y en verdad valió la pena haberla vivido”. De ahí que yo le apueste más al corazón que a la misma razón.
ES PERTINENTE
Este regreso a la escuela puede significar el encuentro del estudiante consigo mismo, comprendiendo que lo que en verdad vale en la vida no son las calificaciones ni la carrera que estudia ni dónde estudia ni el éxito o fracaso que se va acumulando, sino el ser fiel a sí mismo, a su individualísima vocación, a sus principios, a su misión de vida.
El retorno a clases debería ser un llamado a la conciencia de todos, a ese reclamo que nos enfatiza la responsabilidad de ser personas, a ese recordatorio que nos pide educar no para competir, sino para aprender a vivir bien, a convivir con tolerancia, pero también con respeto.
Hoy que se regresa a clases es pertinente recordar que debemos educar, estudiar y trabajar para hacer del mundo un espacio hospitalario, más habitable, más humano, más fraterno, menos trágico, menos inhumano. En este nuevo ciclo escolar sería bueno revalorizarnos como seres humanos, hambrientos de nuestra propia humanidad, sería conveniente que lucháramos para que en México la educación dejara ser un privilegio… que no sea la franquicia de una aristocracia “moderna”.
Y la parte que corresponde al estudiante es iniciar este ciclo escolar con una vital urgencia para aprender, pero sobre todo saber, más bien, querer desaprender, para seguir aprendiendo.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
ITESM Campus Saltillo