Pruebas de oro
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Las personas, la mayoría de las veces, no saben dialogar, hacen comentarios irrelevantes que afectan la integridad de terceros; si algo bueno no va a salir de la boca de alguien, evite escucharlo
Khalil Gibrán en el libro “El Profeta” comenta: “Y un erudito dijo: Dinos del hablar. Y él respondió: Habláis cuando cesáis de estar en paz con vuestros pensamientos; Y, cuando no podéis morar más en la soledad de vuestro corazón, vivís en vuestros labios y el sonido es una diversión y un pasatiempo. Y en mucho de vuestro hablar el pensamiento es a medias asesinado, porque el pensamiento es un pájaro del espacio que, en una jaula de palabras, puede, en verdad, abrir las alas, pero no puede volar. Algunos hay entre vosotros que buscan al hablador por miedo a estar solos.
El silencio de la soledad revela ante sus ojos su yo desnudo y desean escapar. Y hay quienes hablan y, sin conocimiento ni premeditación, revelan una verdad que no comprenden ellos mismos. Y hay quienes tienen la verdad, pero no la dicen en palabras. Cuando encontréis a vuestro amigo a la vera del camino o en el mercado, dejad que el espíritu en vosotros mueva vuestros labios y dirija vuestra lengua. Que la voz en vuestra voz hable al oído en su oído: Porque su alma guardará la verdad de vuestro corazón, como el sabor del vino es recordado. Cuando el dolor se olvidó y el vaso ya no existe.”
Es cierto: las personas hablamos muchísimo tal vez por miedo a la soledad. Hablamos sólo por hablar, por parlotear, ignorando si lo que decimos es lo correcto o apegado a la verdad; sin percatarnos si lo que decimos realmente es auténtico, verdadero; o bien, si acaso es conveniente manifestarlo.
Pareciera que, sin analizar la veracidad, le creemos a los vértigos de la televisión o a eso que prolifera en las redes sociales, convirtiéndonos en repetidores de mil barbaridades, de infinitas mentiras. Ignorando que las palabras pueden generar realidades.
El lenguaje se encuentra atiborrado de “sin sentidos”, suele hoy ser liviano de significados y profundidad, además que suele desconcertase mágicamente de los hechos, de la verdad. ¿Díganme si acaso demasiado de lo que hablamos no está preñado de chismes, de supuestos, de disparates y propuestas tontas? ¿A poco las conversaciones frecuentemente no se llenan de comentarios irrelevantes, de vinagre ácido y de eso que afecta la integridad de propios y extraños? Y cómo pudiera ser distinto si no caemos en cuenta que al ceder en las palabras luego cedemos en los hechos.
LA MODA
Socialmente tenemos un grave padecimiento: nos apasiona el ruido, tal vez por el miedo al silencio. Vivimos una época del hablar por el hablar, de gritar por el puro gusto de ensuciar la atmósfera, y ciertamente nos apetece la música estruendosa: arrítmica, inarmónica. La moda es parlotear, ¿de qué? De lo que sea.
Además, por si esto fuera poco, en las conversaciones nos convertimos en expertos en toda clase de temas: ética, política, economía, educación, tecnología, ecología, arte, calidad, mercado, medicina y lo que al lector se le ocurra añadir. Creemos saber y de eso hablamos mares, pero curiosamente pocos nos entendemos y menos nos alcanzamos a comprender, quizás porque hemos olvidado el sabroso arte de conversar y dialogar, así como la prudencia en el habla que indica que, en este arte, menos es casi siempre más.
Posiblemente, la dificultad estriba en que no sabemos decir “no sé”, o bien, porque simplemente no soportamos quedarnos callados, pues la manía de la modernidad es juzgar, criticar, enjuiciar, evaluar, opinar, pero siempre a los demás, obviamente nunca en primera persona.
En relación a esto hoy comparto dos reflexiones que me parecen formidables, son auténticas pruebas de oro que invitan a economizar los comentarios que difundimos.
LAS REJAS
La primer reflexión es sugerente: “Un joven -cuenta la anécdota- discípulo, de un filósofo sabio, le dice a su maestro:”maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti sin piedad y con inmensa malevolencia”. -¡Espera!- lo interrumpe el filósofo-. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme? -¿las tres rejas?- preguntó extrañado el muchacho. Oíste bien, por las tres rejas -respondió el sabio-. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto? -preguntó el viejo-. No maestro. A decir verdad, lo oí comentar a unos vecinos - estupefacto contestó el joven-. Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja- volvió a inquirir el maestro.
Es la reja de la bondad; es decir, eso que quieres decirme, ¿es bueno para alguien? -No, en realidad no, al contrario...- asombrado contestó el muchacho. - ¡Ah, vaya! Entonces veamos si lo que deseas comunicarme pasa por la tercera y última reja que se refiere a la necesidad- dijo el sabio ¿Estas plenamente seguro que es totalmente necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? Le preguntó el filósofo. - Realmente, no - puntualizó el discípulo. -Entonces- dijo el sabio sonriendo-, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, por favor, eso que deseas contarme mejor sepultémoslo en el olvido.
HERBERT J. TAYLOR
La segunda reflexión es una de las más notables declaraciones en la ética empresarial del mundo. Me refiero a la llamada “prueba cuádruple” sabiduría del ilustre e internacionalismo Club Rotario. Ésta, según sé, fue creada en 1932 por el rotario Herbert J. Taylor y consiste en cuatro preguntas.
El relato cuenta que a Herbert le solicitaron hacerse cargo de una compañía que se encontraba, a causa de la gran depresión que en esos tiempos azotaba a los Estados Unidos, en bancarrota. J. Taylor buscó la manera de sacar a flote a esa empresa, y fue entonces cuando escribió un código de ética de 24 palabras (en el idioma inglés) en el cual absolutamente todos los empleados deberían apegarse al emprender sus quehaceres profesionales.
INEQUÍVOCA PRUEBA
Esta prueba cuádruple fue un faro para todas las áreas de la organización; desde ventas hasta el departamento de producción, pasando obviamente por recursos humanos y finanzas. Este precepto también sería la guía de todas las relaciones de los empleados con los proveedores y los clientes de la organización.
El resultado de aplicar esta sencilla, pero profundísima filosofía, fue el medio fundamental con el cual Taylor pudo desenterrar a la empresa. Y, hasta donde sé, esta prueba fue adoptada por el movimiento Rotario (sublime organización que mucho ha emprendido, por el mundo, por México y por nuestra propia comunidad saltillense) en el año de 1943 la cual, desde entonces, ha sido un código de honor de sus miembros, de fácil práctica diaria, para los distinguidos miembros de esa insigne organización.
Las cuatro preguntas son: 1.- ¿Es la verdad lo que voy a decir? 2.- ¿Es equitativo para todos los interesados? 3.- ¿Creará buena voluntad y mejores amistades? 4.- ¿Será beneficioso para todos los interesados?
¡Qué inteligente manera de guardar adentro lo que afuera hace daño, todo eso que asesina al alma sin matar al cuerpo! Esta prueba Rotaria es practiquísima: si el comentario que vamos a realizar pasa este examen cuádruple, pues es digno de manifestarse, pero si no es así, lo correcto es abstenerse de hablar; es decir: ¡habrá que callar para siempre! Con esto, estoy seguro, dejaríamos de desgarrarnos y agrietarnos, pues la mayor parte del tiempo estaríamos abrazando al mismísimo silencio. Consiguientemente, viviríamos en mayor armonía, pues aprenderíamos a dialogar, algo que la mayoría de los mexicanos aún no sabemos hacer.
MEJOR CALLAR
Poner en práctica, en todos los ámbitos, estas dos pruebas de oro sería extraordinario, pues prevalecería la prudencia y por ende la armonía; sobretodo, deberían considerarlas la mayoría de los políticos para así evitar decir tantas barbaridades, para prescindir de las abundantes mentiras y estupideces que insultan y lastiman a la gente. Al pueblo. A todos nosotros.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo
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