Primer debate: entre el tedio y la decepción
COMPARTIR
TEMAS
Ayer tuvo lugar el primero de dos debates –cuya organización es responsabilidad del Instituto Electoral de Coahuila– entre los siete aspirantes a la Gubernatura del Estado. El balance que puede hacerse de tal ejercicio es que difícilmente puede considerársele útil para que los ciudadanos puedan considerarse mejor informados respecto de las propuestas de quienes pretenden gobernarles los próximos seis años.
Más allá del dato anecdótico de la desastrosa conducción a cargo de la periodista Ana María Salazar, lo relevante es que los siete contendientes decidieron no utilizar el tiempo del debate para convencernos de que sus propuestas son las mejores, sino apenas para descalificar a sus oponentes y para plantear, a modo de propuestas, un conjunto de lugares comunes.
Para todo efecto práctico, poco útil resulta repartir culpas. Lo relevante, en todo caso, no es etiquetar a la autoridad electoral, a los partidos políticos, a sus candidatos o a los responsables de la producción de la decepción causada por el debate. El problema es mucho más complejo y tiene que ver con la cultura política imperante del País.
El pobre espectáculo que todos pudimos presenciar –aunque no todos decidieran hacerlo– es el resultado previsible de la ausencia de una cultura real del debate, no sólo entre los integrantes de nuestra clase política, sino en general, entre la sociedad mexicana.
Realmente nadie puede llamarse a sorpresa por lo ocurrido. La verdad es que difícilmente habríamos podido asistir a un ejercicio interesante cuando, como ocurre con muchos otros vicios de la vida pública, partidos y candidatos se dedican a resistir la instauración de una auténtica cultura del debate.
Y la ecuación sólo cambiará en la medida en la cual el público que paga por el “espectáculo” decida ponerse exigente y demandar a todos los actores de la escena –autoridades, partidos, candidatos, moderadores, analistas– un esfuerzo a la altura del gasto que el ejercicio implica.
Habrá una nueva oportunidad: el próximo 4 de mayo se llevará a cabo, en la ciudad de Torreón, el segundo debate obligatorio de este proceso electoral. No solamente cambiará el escenario, sino que los temas a “debatir” serán cuatro, en lugar de los tres que se “discutieron” ayer.
Valdrá la pena que nos pongamos exigentes desde ahora, pues de otra forma lo único a lo que nos arriesgamos es a que presenciemos un ejercicio igual de aburrido que el primero, sólo que éste durará media hora más.
Partidos y candidatos tendrían que hacerse cargo desde ahora de la decepción causada por esta primera confrontación –que en realidad no lo fue– y de la necesidad de que se esfuercen –aunque sea un poco más– por mantener al público despierto durante todo el debate.
Y hacerse cargo significa que entienda un hecho concreto: no lo van a lograr si vuelven a organizar el segundo debate con las mismas características del primero. A menos, claro, que el objetivo sea justamente ése: que no paremos de bostezar.