Posadas hogareñas y misioneras
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Da lástima ver a Blanca Nieves apaleada o al conejo Blas destripado por los garrotazos de la chiquillería que rompe la piñata.
Ahora las piñatas son de cartón y se les da forma de animales de Walt Disney o de superhéroes. Los inventores de las posadas fueron los misioneros. Ellos les daban forma de diablos y de monstruos a las piñatas. Entonces sí se veía la garrotiza de los chicos como una batalla contra el mal. Y las frutas, dulces y chocolates, que caían como lluvia al estallar el cántaro de barro con el último golpe, significaban las gracias y bendiciones de Dios para quienes habían vencido al maligno. El niño y la niña de antes y de ahora siguen cantando: “yo no quiero ni oro ni plata, yo lo que quiero es romper la piñata”.
No había lugar para ellos en el mesón. Los portales arqueados alrededor del espacio central, lleno de camellos, estaban colmados de viajeros que venían, como María y José, a empadronarse y a ocupar un espacio para descansar y dormir.
Los misioneros inventores de las posadas, con devota imaginación, invitaron a las familias a hacer grupos de afuera y grupos de adentro. Se compusieron cantos para pedir posada y otros para negarla una y otra vez. Se recorrían así las calles pidiendo posada, llevando las imágenes de María y José. Sólo la última casa abre sus puertas. Llega el momento feliz en que todos cantan “¡Entren, santos peregrinos!” Estalla entonces un gran regocijo.
Trasponiendo el dintel de la puerta en el hogar hospitalario, hay serpentinas en el aire para la entrada de los peregrinos.
Los chiquillos soplan espantasuegras y silbatos agudos u otros de agua que simulan cantos de pájaros. Hay buñuelos, tamales con salsa de queso y rajas, champurrado y hasta unos pastelillos de plátano que alguien preparó. La sobremesa es de regalos espirituales. Uno dice una poesía, otro narra un breve cuento navideño, aquél dice un chiste que arranca carcajadas. La chica de buena voz canta una canción. En el patio se ha roto la piñata, los pequeños disfrutan las delicias atrapadas y el bolo que trae naranja y cacahuates.
En el ejido hay alboroto. Llegaron los misioneros juveniles cargados de golosinas, juguetes y ropita en buen estado. La posada se organizó bien. Todos participaron, grandes y chicos. Hubo regalos para toda la chamacada y se hicieron rifas para los adultos.
Los muchachos los hicieron reír con una minipastorela musical que les encantó a todos. Son chavos y chavas que viven el gozo de ver en los rostros las sonrisas como signos de un júbilo interior. Para el grupo juvenil misionero, esos rasgos de rostros iluminados por la alegría son el recuerdo inolvidable de un servicio y un acompañamiento desinteresado. Algo que los humanizó y ennobleció notablemente.
Las posadas son también una actitud existencial. Saber pedir y saber dar. El pedir es creer en la bondad ajena y reconocer los propios límites. Es dar al donador generoso la oportunidad de que pida también cuando tenga necesidad. Y el dar posada es la hospitalidad del corazón que comprende, que agradece y que perdona…