¿Perdonar, absolver o castigar?
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El tema del perdón es problemático porque hay cosas que son perdonables y otras que no deben serlo. Enrique Peña Nieto pide perdón porque no reaccionó debidamente en tiempo y forma al asunto de la Casa Blanca en que él y su esposa generaron gran malestar entre los mexicanos. Es difícil comprender su discurso aunque parezca diáfano y valiente puesto que ingresa en un terreno en que las palabras dejan de ser palabras para transformarse en conceptos.
Pongamos que hago fila en el banco y alguien se mete delante: “perdóneme pero yo estaba antes”, y todo arreglado. O empujo a una señora en el súper y le digo: “perdón, cuánto lo siento”, y sanseacabó. Imagino que esa palabra mágica me salva porque implica conciencia de culpa, humildad y una forma de ajuste entre personas.
Valoro lo que hizo el Presidente pero considero que se equivocó. Si se hubiera tratado de una confusión, la súplica de perdón estaría ganada, pero en este asunto se trata de una cuestión que toca la transgresión de la ley. En efecto si se colectaron 600 mil firmas para pedir al Poder Legislativo la “Ley 3 de 3” es porque políticos, funcionarios, empresarios y policías nos han engañado sistemáticamente declarando, por ejemplo, que tienen un Volkswagen de 1975, una casita en la sierra y una residencia en la ciudad. Y es cierto, pero no informan que a nombre de su esposa y sus hijos o padres tienen casa en Miami, otra en México, un rancho, 50 taxis, una cuenta en Barbados, etcétera. Los ciudadanos pedimos estar al tanto de todo, porque son funcionarios públicos; necesitamos saber con quiénes han hecho negocios en los últimos años. De ahí que el Presidente nos hable sobre la Casa Blanca como error, puesto que la casa era o es de la empresa constructora HIGA (que tuvo contratos con él cuando gobernador del Estado de México), la dueña es pariente cercana (esposa). Y no es error sino utilización de su situación privilegiada para obtener beneficios.
¿Quién puede perdonar?, ¿qué cosas se perdonan y cuáles no? Le parecerá extravagante que apele a la teología católica, pero lea primero y luego critique: Santo Tomás, hacia 1270, hablaba de arrepentimiento y perdón por los pecados desde dos posiciones anímicas: pides perdón por contrición (por haber ofendido a Dios) o por atrición (porque tienes miedo al infierno). La primera es perfecta, la segunda es oportunista, pero se acepta. Muchos siglos antes, Aristóteles decía que hay que obedecer la ley por convicción y no por miedo al castigo.
Peña Nieto habló como persona, ciudadano, individuo que cometió un error, pero olvidó que es Presidente, es decir, que tiene una responsabilidad de guiar el País, dar buen ejemplo y castigar a quienes violan las leyes. No puede el Presidente perdonarse a sí mismo un acto de corrupción, porque entonces estará obligado a perdonárselo a cualquiera. ¿Quedará todo resuelto declarando “cometí un error”?
El tema es interesante. Es fácil intuir que el Presidente se arrepiente del asunto porque empieza a vislumbrar la posibilidad de su propia derrota en las elecciones (atrición). Quiero decir que él pudo haber saldado el asunto desde que Carmen Aristegui lo denunció y eso lo hubiera salvado: rechazar la Casa Blanca porque significaba algo que tenía relación con una empresa con la cual había tenido relaciones económicas. Pero no lo hizo y, en cambio, nombró a un idiota en la Función Pública para que hiciera un análisis del problema y lo declarara inocente, como sucedió. Virgilio Andrade explicó que esa casa había sido adquirida de manera legal. Ahora, con el reconocimiento del “error” y el regreso de la casa a HIGA, Andrade queda como lo que es: tonto, copartícipe de un acto controvertible cuyo autor reconoce que fue indebido.
¿Hay qué perdonar? Ya no es cuestión de llevar ante la justicia el caso porque fue justificado por quien tenía el encargo de juzgarlo. Ahora nos toca a los ciudadanos perdonar o negar la absolución y el único sendero para dictaminarlo es el del voto. Un año y medio es un tiempo suficiente como para que el Presidente intente borrar tantos errores. La pregunta es si los ciudadanos tendremos memoria o si recurriremos al olvido como hemos hecho durante años.