Patrimonio de la humanidad
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El éxito laboral no lo tiene, necesariamente, quien acumula dinero, sino quien disfruta su oficio y ha hecho de su trabajo un arte y pasión
Para ti, mi hijo Carlos, en tus 25. Continúa viendo las estrellas, es cierto: ¡No hay imposibles! Eres mi orgullo.
El día de ayer el papa Francisco canonizó a Teresa de Calcuta, en el mensaje el pontífice dijo que la hoy santa “defendía la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y la descartada”, que esta mujer siempre estuvo comprometida “en la defensa de la vida proclamando incesantemente que el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre”, subrayó que Teresa “se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos”.
Muchos podrán decir lo que quieran sobre Teresa de Calcuta, pero es incuestionable que ella fue una de las mujeres más valientes y dedicadas del siglo pasado, reconocida y respetada no sólo por los católicos, sino también por personas de otras religiones; de hecho, cuando murió el gobierno de India le hizo un funeral de estado.
20 años…
Teresa de Calcuta murió hace 20 años, precisamente el 10 de septiembre de 1997. Ese día se habrían cumplido 51 años de aquel memorable viaje que hizo de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro anual, durante el cual ella “sintió” y “padeció” a los más pobres de la India y escuchó la voz del Señor diciéndole “tengo sed”, surgiendo así su “inspiración”, su “llamada dentro de la llamada”. A partir de ese día de 1946, esta mujer de pequeña estatura, pero dura como un diamante en su fe y amor, se volcó hacia los más pobres, hacia los “intocables” que conforman una multitud hambrienta y enferma, hacia los más desprotegidos del mundo.
Pocas personas saben que a partir de esa fecha también inició lo que llamaría la “dolorosa noche” de su alma que continuó hasta el final de su existencia, en este sentido “su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de sentirse rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor”, tal vez gracias a esta “oscuridad”, ella participó en la sed de Jesús compartiendo así la desolación interior de los pobres.
Una de muchas
Existe una anécdota que guarda una profunda lección de sabiduría sobre la auténtica dimensión y el sentido del diario trabajo, misma que comparto según la rescato de mi memoria:
Teresa de Calcuta solía atender con dedicación y diligencia a los más indigentes de los indigentes, a quienes proveía de medicina, alimento, techo y atención médica, así como de genuina comprensión, cordialidad y de un inmenso amor humano.
A ella acudían toda clase de personas, desde los muy pobres hasta reyes, inclusive presidentes de naciones.
Teresa no tenía oficia, ella atendía a sus semejantes precisamente en donde ella siempre encontraba: en medio del sufrimiento de los enfermos e indigentes.
Visitante inesperado
Un día estaba atendiendo a un leproso cuando la visitó un pulcro y acaudalado inglés que provenía -según creo- del mundo de las comunicaciones.
Hay que recordar que la lepra es una enfermedad legendaria que continúa haciendo estragos en las regiones más miserables del mundo, enfermedad que tiene la característica de ser extremadamente infecciosa así como repugnante, pues provoca, en los pobres seres que la padecen, que la piel se desgaje cubriéndose de escamas y pústulas, además de lesionar y finalmente atrofiar su sistema nervioso.
Ni yo tampoco…
Al llegar al lugar en donde la madre se encontraba y al percatarse de las terribles condiciones en las cuales el enfermo estaba, el inglés sencillamente se sintió asqueado, en una fracción de segundo, las náuseas y el desagrado de aquello que miraba invadieron todo su ser. Apenas conteniendo el vómito y sin detenerse a pensarlo le dijo a la madre Teresa: “Madre, ¡yo, ni por dos millones de dólares haría lo que usted esta haciendo!”.
Teresa, ante tan inesperado comentario, miró al inglés directamente a los ojos, en seguida volteó hacia el enfermo, lo besó en la frente, para luego fijar su mirada en el inglés a quien le respondió con firmeza: “¡Señor, discúlpeme, pero yo tampoco, no haría esto por esa cantidad, ni por todo el dinero que pueda haber en el mundo!”.
En esta respuesta se encuentra el verdadero sentido de su trabajo y ayuda a reflexionar sobre la chamba que diariamente emprendemos, también permite comprender que “el que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Labrar la eternidad
El trabajo contiene leyes sagradas que al acatarlas conducen a la plenitud del desarrollo personal, también nos permiten labrar nuestra propia trascendencia y eternidad.
Aún cuando los tiempos actuales intentan enfocarnos a dar valor al trabajo por el monto que se puede percibir económicamente, hay que recordar que existen satisfacciones que no pueden ser compradas ni con todo el dinero del mundo, como, por ejemplo, el poder decir: “cuando he estado trabajando todo el día, un buen atardecer me sale al encuentro”.
No cabe la menor duda: si desarrollamos el oficio que la vida a puesto en nuestras manos con la intención de servir a nuestros semejantes, si admitimos que esos dones que gratuitamente hemos recibido son para ejercitar la ocupación elegida, si tomamos conciencia que nuestra labor coadyuva a conseguir el fin mismo de nuestra propia existencia, si alcanzamos a comprender que trabajar es servir, entonces empezaremos a desempeñar nuestra trabajo no sólo más productivamente, sino con alegría y pasión, pues así el oficio que cada día emprendemos tendría un nuevo significado, más profundo, más grandioso.
Bien lo dice Gibran: “el trabajo es el amor hecho visible. Y si no podéis trabajar con amor, sino solamente con disgusto, es mejor que dejéis vuestra tarea y os sentéis a la puerta del templo y recibáis limosna de los que trabajan gozosamente. Porque, si horneais el pan con indiferencia estáis horneando un pan amargo que no calma más que a medias el hambre del hombre. Y si refunfuñáis al apretar las uvas, vuestro murmurar destila un veneno en el vino. Y si cantáis, aunque fuera como los ángeles, y no amáis el cantar, estáis ensordeciendo los oídos de los hombres para las voces del día y las voces de la noche”.
A toda prueba
Muchos sabemos de los buenos médicos que atienden sólo por el interés de llevar salud al enfermo cobrando lo justo, también conocemos ejemplos de artesanos que hacen su oficio con gusto, de comerciantes y servidores públicos que no llenan sus bolsillos de monedas mal habidas. Estos son algunos ejemplos de las personas que han encontrado el sentido a sus oficios, que han comprendido que trabajar no es una maldición, sino la posibilidad de ser útil.
También salta a los ojos la gente que, a pesar de la violencia y la precaria situación social que padecemos en México, aún tiene optimismo en el país. Personas que cada amanecer desafían al pesimismo y la decepción, que contemplan un horizonte repleto de esperanzas. Esa gente que continuamente avanza frente a nosotros con certezas tranquilas y espíritus comprometidos con su oficio y comunidad, representa el testimonio que necesitamos para también nosotros tener razones de esperanza.
En esta época de temor y desilusión, sería extraordinario que comprendiéramos que el éxito laboral no lo tiene, necesariamente, quien acumula dinero, sino la persona que disfruta con alegría su oficio, quien sabe que no sólo de pan vive el hombre, el que hace lo que ama o ha aprendido a amar lo que emprende. En fin, que una persona exitosa es quien ha hecho de su trabajo arte y pasión, quien comprende que trabajar con amor y alegría es trascender hacia la mismísima eternidad, tal como Teresa, hoy referencia y patrimonio de la humanidad, labró la suya.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo
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