¿Ocultismo en Cervantes? 2/2
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¿Cuál sería la mejor definición de un libro clásico? Imagino que usted, lector, tiene la suya. Por ejemplo, un libro clásico es aquél del que todos hablan… pero pocos han leído. Es decir, sólo se conoce de oídas. Un libro clásico es una “obra sobaquera”, según interesante taxonomía literaria creada por el narrador Armando Oviedo Romero. Es decir, es aquel libro que cargamos todo el tiempo bajo el sobaco presumiendo que estamos en la lectura de dicho libro clásico, pero el que jamás terminamos de leer. Lo bien cierto es lo que dice Ítalo Calvino al respecto: un libro clásico es aquél que se configura como equivalente del universo, libro total en el cual nos reflejamos siempre toda la humanidad. Y, claro, admite tantas lecturas, interpretaciones y aristas como lectores se acercan a la obra en turno.
Esto es la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. En especial el énfasis y acento en “Don Quijote de la Mancha”. Merced a sus intereses, atenciones, aficiones, lecturas y conocimiento, la flaca Ana Lilia Pérez L. se acercó a la obra de Cervantes con las armas de la razón anciladas en su discernimiento sobre ocultismo, sociedades secretas e inescrutables, mitos y tabúes de la cultura árabe, la cábala, el Zhoar, lecturas de documentos herméticos; si no es que de plano, magia. ¿Descabellado lo anterior? La cosa (lo peor o lo mejor, según sea el enfoque) es que estoy a punto de releer una vez más toda la obra de Cervantes con esta clave desatada por las palabras de fuego de la flaca: el ocultismo como piedra de toque. Mitos y tradiciones herméticas en Cervantes.
Qué le vamos hacer, ya me vendió la idea la muy ingrata. E insisto, lo peor es que tiene razón. Por esta vez sólo le voy a poner en el tapete de la discusión los planteamientos, grosso modo, directrices generales, pero en textos posteriores abordaré cada arista un tanto insospechada (al menos para mí) y trataré de dejarla bien explicada. Hay un texto que está en el corpus de las novelas ejemplares: “Rinconete y Cortadillo”. Aquí aparece una banda de rufianes, una banda de criminales que tiene a un cabecilla, a un líder o cacique que se llama Minipodio. Pues bien, al parecer esto era una realidad apremiante y no ficción. Había entonces sociedades secretas de criminales, como la “Camándula” o “La tunia”, estafadores que formaban cofradías, grupos cerrados que se dedicaban a delinquir con un puntilloso sentido del honor entre ellos. Todo esto quedó en al menos dos libros: “El bandolerismo: estudio social y memorias históricas”, de Julián Zugasti e “Historia de las sociedades secretas españolas”, de León Arsenal e Hipólito Sánchiz.
Esquina-bajan
Hay un libro lujoso, editado con toda la mano, “Don Quijote en Guanajuato” (Universidad de Guanajuato, Centro de Estudios Cervantinos, Fundación Cervantina de México AC., 300 páginas. 2005), que tiene una colección de textos escritos en alabanza de Cervantes y “Don Quijote” por plumas reconocidas lo mismo de América que de España. Hay un texto en particular deslumbrante y erudito como pocos, el de Angelina Muñiz-Huberman (especialista en cultura sefardí), se titula “Las fuentes del amor: Lulio, León Hebreo y Cervantes”.
Aquí se entrelazan vasos comunicantes entre las lecturas de Cervantes, la cultura árabe, libros moros y sus referencias y letras en “Don Quijote”.
Pócimas, creencias mágicas, brebajes, alquimia, aguas encantadas, sueños inducidos por la magia del amor o la desesperación, rituales, talismanes moros… sí, aparecen en toda la novela de Cervantes. Si bien Muñiz-Huberman hace una paciente y erudita labor de entrecruzamientos de líneas entre lo arabesco y su influencia en el amor caballeresco y cortés del hidalgo manchego, explorando la vena hermética desatada por la flaca y sus lecturas celosamente guardadas en su residencia (vaya usted a saber, señor lector, dónde consiguió estos datos la espigada Lilia), se encuentra uno con las siguientes perlas: se hace referencia al “bálsamo de Fierabrás”, el “aceite de Aparicio”, el “Yelmo de Mambrino”.
Creencia mágica y oculta: a lo largo de la historia se creía que existía un yelmo de oro que hacía invulnerable a quien lo portara. Es el famoso “Yelmo –o casco– de Mambrino” (Capítulo XXI), legendario rey árabe. Este casco fue codiciado incluso por el mismo Carlomagno. La referencia a este yelmo mágico y mítico es tal cual en el Quijote. Uno más es el “bálsamo de Fierabrás” que se dice curaba todas las dolencias del ser humano. Una especie de panacea que buscaron con ahínco, usted lo sabe, los alquimistas medievales… esto apenas inicia. Sin duda, tema para el cervantista Juan Antonio García Villa.
Letras minúsculas
Por obligación, sí, por orden de la flaca, tuve que leer “Mi Lucha”, de Adolf Hilter, y todo lo que rodeó a este líder. Caray, terriblemente actual el volumen. Espere mi comentario.