No hubo equivalencias
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Un Tigres auténtico fue demasiada pieza para un desabrido, desproporcionado e impotente Rayados. No hubo equivalencias.
La serie no sólo se definió desde los goles, sino también desde el compromiso, desde el juego, desde la banca y desde la ambición por trascender. En todos estos apartados, Tigres sacó a relucir su estirpe de equipo formateado para las grandes citas.
Tigres no necesitó ampliar la ventaja para sentirse ganador. Ya lo era desde la paliza que había firmado en el Universitario. El 2-0 del sábado o el 6-1 del global, para propósitos del marcador, fue lo mismo. La ridiculización a Rayados ya estaba sentenciada.
Era prácticamente previsible lo que finalmente sucedió. No se ocupaban demasiados argumentos para saber que si Rayados no ofrecía algo diferente, difícilmente iba a cambiar el curso de la historia.
Y Monterrey se quedó corto. Muy corto quizás, teniendo en cuenta la ecuación futbol-resultado. Vacío en juego, nunca llegaron los goles. Los buscó a favor, pero los lamentó en contra. Cuestiones de efectividad y de momentos.
Un Gignac en estado puro fue el punto de quiebre en los dos partidos. Un Tigres inoxidable fue determinante en los 180 minutos por oficio, inteligencia, picardía y madurez colectiva.
Una solidez que no ofreció Rayados. Mohamed volvió a cambiar el plan y el equipo se hizo bolas. Corrió más de lo que jugó. Presionó, pero esto no es suficiente si las ideas no fluyen.
Rayados no encontró la hendija y mucho menos el gol que le diera alguna esperanza para la remontada. Buscó acercarse vía pelotazos, sin procesar el contenido de la jugada.
Simbolizó el esfuerzo en jugadores utilitarios, pero el desgaste propio del equipo en general fue oxigenando el andar de Tigres.
Porque Tigres, sin urgencias, operó en favor del rival y del resultado. No se movió de su modelo de conservación del balón y cuando pudo, sacó algún que otro ataque.
Ferretti cerró el partido cuando envió a la cancha a Meza por Zelarayán en pleno primer tiempo para desempolvar la línea de 5.
Ferretti se dio cuenta de lo que no percibió Mohamed: que Rayados amenazaba, pero no podía y Tigres se la puso más difícil cubriéndose con más.
Rayados necesitaba un cargamento exagerado de goles para dar vuelta un drama que ya olía a fracaso. Mohamed puso a Bueno por Pabón. Un retrato de lo raquítico que terminó Rayados. La imagen misma de la desesperanza.
Rayados murió de la nada, sin valores futbolísticos creíbles. Es extraño que después de más de dos años, Mohamed siga buscando la horma de su equipo.
Los fracasos se acumulan y las malas decisiones, también.
No todo es puntería, porque ya se vio que sin ésta, lo demás en Rayados continúa siendo inservible. No hay estilo, hambre ni capacidad de reacción. No hay futbol ni sentido de pertenencia. No hay amor por la camiseta.
El funcionamiento del equipo se traduce en un sálvese quien pueda, incluido su entrenador. Rayados otra vez volverá a empezar desde cero. Una señal de que intestinalmente está acabado.