Mirador 10/09/16
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Tus palabras son jácara ruidosa en mi silencio como de catedral.
No descorras las cortinas, ni abras los postigos de la ventana. Lo mío es la penumbra; me ofenden las estridencias de la luz. El aire del mundo me lastima. Esa humedad que siento, que presiento, de lluvia o de rocío, puede herirme, y aun matarme.
Déjame solo. Así he vivido siempre. He sido y aún soy. Cuando tú ya no seas yo seré. Los tuyos ya se fueron; yo aquí estoy. Vete tú también, solo como yo, con esa soledad tuya que durará menos que la mía”.
Eso me dice –eso creo que me dice– el ropero que está en el cuarto de mi abuelo y de mi padre, donde entro de vez en cuando para entrar en mí. Escucho lo que dice el viejo mueble y obedezco. Salgo y lo dejo solo. Me pregunto quién vendrá después de mí a oír su voz sin voz.
¡Hasta mañana!...