Mirador 06/06/17
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A los 50 años de su edad John Dee se enamoró por la primera vez.
Había vivido siempre entre libros y matraces, en búsqueda constante de la piedra filosofal, esa sustancia que convierte en oro todo lo que toca. No sabía Dee del mundo, y menos aún conocía ese misterioso mundo que es la mujer.
Un día, mientras trataba de descifrar un signo de la Cábala, oyó una canción. Quien la cantaba era una muchacha campesina que lavaba su ropa en el arroyo. Ya no pudo el filósofo apartar los ojos de ella. Cuando la vio marcharse la siguió hasta su casa. Ella lo notó –una mujer a quien un hombre sigue no deja nunca de notarlo–, y luego, desde su ventana, le sonrió.
Se casaron dos meses después. Y, como dicen los cuentos, fueron felices. Tuvieron hijos, nietos y bisnietos.
John Dee no encontró nunca la piedra filosofal. Tampoco le importó. Había hallado algo que importa más que el oro: el amor. Con el amor encontró la verdad, la belleza y el bien.
Todo lo que el amor toca se convierte en bien, en belleza y en verdad.
¡Hasta mañana!