Mirador 02/08/17
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No sé si soy un creyente que duda o un escéptico que cree.
Los misterios del mundo me anonadan, y no hallo explicación a las tragedias de la vida, ni a sus goces.
Entonces me refugio en la fe de mis abuelos y mis padres. Esa fe sin preguntas me da consuelo en las horas de tristeza y me hace sentir gratitud en los momentos de felicidad.
Ayer, igual que cada día primero de mes, encendí la pequeña llama de una vela ante la estampa de la Divina Providencia. No sé si creo en ella o no, pero tampoco sé de dónde me han llegado la casa, el vestido y el sustento. A alguien tengo que agradecer esos milagros tan inadvertidos: el techo que me ampara, la ropa que me cubre, el pan que me alimenta. Además a nadie hago daño con ese inofensivo rito que para mí es recordación de los que ya se fueron y esperanza de los que conmigo están.
No sé si me equivoco al creer. No sé si me equivoco al dudar. Pero doy gracias. Y en la gratitud nadie se equivoca.
¡Hasta mañana!...