México: ¿crisis humanitaria en puerta?
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La creatividad del gabinete de Donald Trump para “resolver” el problema de la migración ilegal parece haber llegado a su máximo punto tras concebir la idea de que el problema —para los Estados Unidos— se resuelve “echando” a toda persona que ingrese ilegalmente a dicho país a través de la frontera con México.
Claramente a los asesores del aún flamante Presidente estadounidense no les preocupa en lo más mínimo las leyes internacionales ni los compromisos a los cuales se encuentra obligado su país en materia de tránsito fronterizo de personas. Lo único que a ellos les importa es “mantener limpio” su territorio de inmigrantes ilegales.
Y, en términos estrictos, se encuentran en su derecho, de la misma forma en la cual se encontraría en su derecho cualquier país del mundo que pretenda hacer valer sus leyes en la materia.
Sin embargo, una cosa es diseñar y poner en práctica reglas que definen con claridad la forma en la cual se puede ingresar legalmente a su territorio y otra muy distinta decidir —de la noche a la mañana— convertir en criminales a todos aquellos que, por muy diversas razones, deciden ir a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades para crecer y desarrollarse.
Peor aún es la decisión de asumir una actitud de abierta agresión hacia un país vecino arrojando —al margen de toda consideración humanitaria– a miles de seres humanos que, de acuerdo con las convenciones internacionales, tienen derechos y deben ser tratados conforme a tales derechos.
El día de hoy, el secretario de Estado, Rex Tillerson, y el titular de Seguridad Nacional, de los Estados Unidos, John Kelly, sostendrán reuniones con altos funcionarios del Gobierno de México y, al menos en teoría, el propósito de dichas reuniones es el de “forjar una relación constructiva” entre ambas naciones.
La intención es, desde luego, la deseable entre representantes de dos naciones que no solamente comparten una frontera de más de tres mil kilómetros, sino que tiene una larga sociedad comercial y un intercambio cultural sólido y muy diverso. No podría esperarse algo distinto en primera instancia.
Pero las intenciones teóricas tendrían que ser acompañadas de posiciones prácticas consecuentes. No puede esperarse que las delegaciones de dos países se sienten a la mesa a dialogar sobre la posibilidad de construir una “relación constructiva” al mismo tiempo que uno de los vecinos amenaza al otro con la posibilidad de crear una crisis humanitaria en su frontera.
No puede considerarse siquiera la posibilidad de una vecindad “sana” si la actitud de uno de los vecinos es de permanente hostilidad y de grosera estigmatización hacia el otro.
Es deseable, desde luego, que las conversaciones de hoy arrojen frutos positivos para México y los Estados Unidos. Resulta difícil pensar seriamente en dicha posibilidad si el tono del discurso, del lado de los Estados Unidos, sigue siendo el mismo que ha mantenido la administración Trump hasta ahora.