Males íntimos
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Para el Dr. Marcelo Valdés Villarreal ¡Felicidades!
“Estamos separados de los otros y de nosotros mismos por invisibles paredes del egoísmo, miedo e indiferencia (…) A medida que se eleva el nivel material de la vida, desciende el nivel de la verdadera vida. La gente vive más años, pero sus vidas son más vacías, sus pasiones más débiles y sus vicios más fuertes.
La marca del conformismo es la sonrisa impersonal que sella todos los rostros. La publicidad y los medios de comunicación crean por temporadas este o aquel consenso en torno a esta o aquella idea, persona o producto. La publicidad no postula valor alguno; es una función comercial y reduce todos los valores a número o utilidad. Ante cada cosa, idea o persona, se pregunta: ¿sirve?, ¿cuánto vale? El hedonismo fue, en la antigüedad una filosofía; hoy es una técnica comercial. Ninguna civilización había utilizado la belleza de unos senos de mujer o la flexibilidad de los músculos de un atleta para anunciar una bebida o unos trapos. El sexo convertido en agente de ventas: doble corrupción del cuerpo y del espíritu.
La publicidad destruye la pluralidad no solo porque hace intercambiables los valores sino porque les aplica a todos el común denominador del precio. En esta desvalorización universal consiste, esencialmente, el complaciente nihilismo de las sociedades contemporáneas. Banal nihilismo de la publicidad (…) reducir todos los valores a un signo de compra – venta es una degradación (…) El mundo moderno comenzó cuando el individuo se separó de su casa, su familia y su fe para lanzarse a la aventura, en busca de otras tierras o de sí mismo: hoy se acaba en un conformismo universal”.
De alguna manera Octavio Paz con esas palabras describe lo que sucede en el mundo y en México.
Nuestras costumbres, creencias, ideas, palabras, hábitos y actos parece que han sido secuestrados por la ambición de la globalización económica generando una terrible insensibilidad. Vivimos repletos de contradicciones y, lo peor, en un conformismo sin igual que aguanta a todos y de todo.
Como muestra…
Hablamos de justicia, pero en los actos predomina la conveniencia y creemos que la rectitud de vida es de santurrones; hablamos de la verdad, pero recurrimos a mentiras piadosas; hacemos de la tolerancia un himno, pero criticamos las diferencias; proclamamos la solidaridad como un valor social, pero en la comunidad priva el interés personal, el egoísmo, el “primero yo”; nos interesa la autenticidad, pero la falsedad, la incoherencia, la piratería y el doblez prevalecen las acciones que emprendemos; prometemos fidelidad, pero es usual olvidar la promesa empeñada y en los tiempos de desgracia nos escurrimos de aquellos que quisieran sentirnos leales; pregonamos la bondad, pero es escasa la amabilidad y comprensión. Y aún más indigente es la compasión que deberíamos sentir por los más débiles, dado que rápidamente racionalizamos sus realidades a fin de justificar los pecados de omisión; pronunciamos la palabra gratitud, pero omitimos la correspondencia.
En las escuelas, la chamba y en los templos se pregona la responsabilidad como forma de vida, pero no sentimos remordimiento en incumplir con la fecha estipulada para entregar ese trabajo, en llegar tarde, en dejar plantado a una persona, o en dar excusas cuando no hicimos en tiempo y forma lo que deberíamos haber hecho.
Hemos llevado el tema de los valores a las escuelas, olvidando que la forma eficaz de enseñarlos y aprenderlos es mediante el testimonio, mediante la fuerza del ejemplo; ahora estamos peor que antes, pues a fuerza de decir una cosa y hacer otra, estamos generando una juventud esquizofrénica.
Y qué decir de la corrupción, nuestras instituciones, las autoridades, la organización política y social, con escasas excepciones, se encuentran corrompidas, lo que dificulta la posibilidad de lograr mayores niveles de igualdad, justicia y equidad.
Así es, sermoneamos sobre la responsabilidad, y es precisamente la irresponsabilidad la que pareciera que priva en México, tal vez por miedo a las consecuencias de asumir los correspondientes deberes que implica ser ciudadanos éticos.
Contrastes diarios
Anunciamos el derecho a ser libres, pero no acatamos las normas básicas de convivencia: nos estacionarnos en doble fila, o en el lugar prohibido, o fumamos donde no debemos. Parece que nos gusta violar las reglas, estamos en contra de lo que huele a prohibición.
Nuestra frecuente desobediencia entraña una libertad vacía, una libertad “servil”, un libertinaje. Confundimos la euforia con el entusiasmo y muy pronto renunciamos a las metas que nos podrían ayudar a ser mejores personas; tal vez por eso, existen ahora tantas alocadas maneras de divertirse.
Hablamos de la amistad, pero somos flacos en el momento de tender la mano a ese amigo que la necesita. Hablamos del valor de la solidaridad, pero caminamos cerrados, calculando, balanceando los cargos y los abonos. Muchas veces somos, con esos que consideramos “amigos”, imprudentes, envidiosos, competitivos y desleales.
En nuestros pensamientos ponderamos muy cara a la belleza, pero priva el desorden en las costumbres. Hemos, por ejemplo, convertido a nuestras ciudades en verdaderos chiqueros, ya nos acostumbramos a vivir en espacios sucios, ruidosos. Desagradables.
El camino más fácil
Y qué decir de la paz. Hoy de todo tenemos excepto sosiego, seguridad, serenidad, mesura. Queremos paz, pero normalmente somos intolerantes y además irrespetuosos con los semejantes. Hablamos de la paz, pero no “aguantamos” a los otros, desesperamos con rapidez; saturamos nuestro cerebro con juicios que hacemos de otras personas, creencias que luego envenenan los actos.
En teoría estimamos la laboriosidad, el ser emprendedores, pero en la práctica queremos trabajar menos; deseamos conquistar la cima de la montaña, pero no estamos dispuestos a dejar algo de la piel en las rocas. Apresuradamente caemos en el desánimo ante el tamaño de los ideales.
Eso que deseamos, lo queremos conseguir sin esfuerzo, sin fatiga, sin poner el alma en el ruedo. Ambicionamos progreso, pero sin entusiasmo, sin coraje, sin entrega, sin sudor. Si queremos, pero queremos empezar a construir por los techos. Nos falta hambre.
Es tiempo…
Paz tiene razón: nuestros males son íntimos. Hemos comercializado el alma. Hemos desvalorizado todo porque creemos en las modas impuestas por los medios globales de comunicación. Hemos enterrado los valores. Ya no queremos pensar.
Dice Octavio Paz “El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo”, es tiempo de acercarnos, de reencontrar nuestra casa, familia y amigos, de reencontrarnos con nosotros mismos.
Ahora tenemos la tarea de “darnos cuenta”, para despertar y dejar de ser marionetas, para empezar a vivir. Requerimos recobrar la capacidad de decir “no” a lo inconveniente. Urge hace a un lado este enorme letargo, esta desalmada manera de vivir. Es conveniente saber que no todo da igual.
Es tiempo de saber que existe vida antes de morir, que podemos ser auténticamente libres y responsables, que podemos pensar por cuenta propia. Es momento de comprender que no es bueno vivir con tantas contradicciones y disimulaciones.
Es tiempo de creemos que somos más los mexicanos buenos que los malos. Es tiempo de acabar con nuestros males íntimos para empezar a vivir en paz. Es momento de hacer digno a México, haciéndonos dignos de México. cgutierrez@itesm.mx