La poesía es la otra voz
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“Afirmo que la poesía es irreductible a las ideas y los sistemas. Es la otra voz. No la palabra de la historia ni de la antihistoria sino la voz que, en la historia, dice siempre otra cosa.” Octavio Paz
La libertad de la poesía, la contradicción de la poesía. Su navegar sin amarres o sujetarse a ciertos amarres provisionalmente y decir lo opuesto. Allí va la poesía a servir a un discurso para trascenderlo luego, ¿por qué?
Porque siempre atiende a esa voz dictada desde otro lugar y otro tiempo, que nunca es el nuestro.
Aciertos, visiones luminosas por certeras, dardos del poeta que comparte. La poesía es el punto de encuentro con la vida de los otros a través de la vida misma que se dice. Y la vida es vasta y cambiante.
La poesía habla del mundo pero lo dice a través del lenguaje, entonces hablar de poesía es hablar del estado del lenguaje. Para muestra, “La poesía” que escribió Octavio Paz, del cual tomo versos que hablan de este matrimonio entre mundo y poesía:
“Percibo el mundo y te toco, / substancia intocable, / unidad de mi alma y de mi cuerpo, / y contemplo el combate que combato / y mis bodas de tierra. / Nublan mis ojos imágenes opuestas, / y a las mismas imágenes / otras, más profundas, las niegan, / ardiente balbuceo, / aguas que anega un agua más oculta y densa. / En su húmeda tiniebla vida y muerte, / quietud y movimiento, son lo mismo.”
El poeta contempla el combate que él mismo combate, desde adentro, o desde una esquina cercana, o desde lejos, así de abarcadora la visión. Así de contradictoria. ¿Pedir congruencia al poeta? Nunca pues anda como fruta, se desplaza por diferentes escenarios en donde está sumergido como un higo en vino. Y así, para poder decir.
Los universos creativos de quien escribe poesía permiten en este espacio de libertad, diseñar mundos. Ahogarse en asuntos tipográficos, versos con rimas, ausencia de puntuación, palabras que se desvanecen en diferentes tonos y acomodos. Irreductible, la poesía va de la voz que ondea para incrustarse luego en el papel. Se desdice y abandona el papel y navega en el espacio, en paredes, en objetos. Y vuelve.
Desintegrar el lenguaje, abrevar de raíces lingüísticas, torcer u honrar palabras e ideas. Ha sido parte del quehacer del poeta. Y su quehacer es además una suerte de escribir porque no se tiene remedio. Hay esa otra voz en su propia voz. Allí está, se presiente en la vigilia, el sueño y con los ojos abiertos.
En el actual contexto –y en el otro también-, suena seductor regresar (o permanecer) en el ejercicio poético desde el asombro y la concentración derivada del proceso creativo, abandonando la idea de productividad que trajo el esquema industrializado del siglo XIX que bien narró también Octavio Paz.
Decir, escribir, hacer, soltar los versos desde las bodas con la tierra que cada uno acepta desde que abre los ojos a esta dimensión. Sacar algo del manantial que a veces es transparente, a veces oscuro; de ese manantial que es espejo en su quietud y también movimiento que empaña la imagen del mundo, para salud del mundo mismo.
claudiadesierto@gmail.com