La Perversidad
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Pleased to meet you
Hope you guess my name
But what's puzzling you
Is the nature of my game…
[Encantado de conocerte.
Espero que adivines mi nombre,
aunque lo que te desconcierta
es la naturaleza de mi juego].
“Sympathy for the Devil”
The Rolling Stones
Es asombrosa la capacidad que los seres humanos poseemos para la maledicencia, la perfidia y la perversidad. Sin saberme, de ningún modo, excluido de ese círculo de condenados, he conocido a lo largo de mi vida a personas que, al parecer, son innatamente malas, malas en el sentido ético y hasta ontológico del adjetivo. “La lengua no tiene hueso”, reza el proverbio popular, es decir, resulta sumamente fácil vomitar culebras ponzoñosas y otras alimañas contra nuestros semejantes, aun sin conocerlos.
Alguien me dijo un día –o quizá lo leí en alguna parte-: “la gente habla sólo porque tiene hocico”, atribuyendo características zoomórficas a la boca del hombre. Confieso que, por desgracia, también he caído en esa debilidad, en esa falta de virtud, entendida ésta en el sentido griego. Es una lástima que el lenguaje sirva también para corroer y denostar y no sólo para comunicarnos cordialmente con nuestros congéneres o para concebir poemas como los que han escrito Gorostiza, Villaurrutia, Paz o Coral Bracho, para citar sólo a autores mexicanos.
Que alguien trace un desesperado grafiti sobre la pared de una gran bodega en una ciudad como Monterrey –“A la verga el gobierno!”- tiene su justificación, pero que una persona diga de otra a la que ni siquiera ha tratado: “Ese/a tipo/a es un coágulo, una mierda…”, creo que resulta un tanto menos justificable. ¿Por qué lo hacemos? Pareciera que nos complacemos en la perversidad, la inquina y la maledicencia. ¿Nos procura alguna forma de placer o sólo se trata de una actividad digamos deportiva?
La perversidad puede ser maquiavélica en el peor sentido que podemos dar a esta palabra “principesca”… O luciferina. ¿He caído en alguna de estas alcantarillas? Es posible; no lo recuerdo, pero sí recuerdo haber sido víctima de algunas telarañas oficiosamente elaboradas por seres que padecen estas tristes debilidades. Porque de que hay entes perversos en el mundo, los hay. Y no detienen la marcha de su máquina depredadora hasta conseguir lo que desean. Sé o supongo que, a la vuelta del ciclo –la rueda del Dharma-, la vida se encargará en algún momento de ellos, pero por lo pronto, el daño estará hecho y consumado.
¿El perverso, el malvado extremo padece algún tipo de enfermedad? Me lo he cuestionado muchas veces ante personajes literarios, teatrales, cinematográficos, y por supuesto, reales. Me lo pregunté innumerables veces ante un personaje de telenovela inventado por el dramaturgo Carlos Olmos –Catalina Creel (María Rubio), en “Cuna de Lobos”- y la reflexión me condujo no a la ética sino a la metafísica. ¿El mal o el Mal, para ser más preciso, existe más allá del hombre? ¿Existe en el cosmos? ¿O debemos resignarnos a la devastadora idea de que el universo es absolutamente indiferente a todo lo que ocurre en su seno inabarcable, inclusos el planeta Tierra y la vida que en él bulle?
El Bien y el Mal son categorías éticas que Sócrates y Platón estudiaron minuciosamente, como después lo harían Séneca, Marco Aurelio y un sinfín de pensadores y escritores. Sin embargo y a pesar de Montaigne, de Kant y de todo el idealismo alemán, nada claro ha salido de todo esto. ¿Somos buenos y malos según las circunstancias? ¿El Bien y el Mal son rasgos inherentes a la naturaleza humana? ¿"Homo homini lupus”: El hombre es el lobo del hombre”, como escribió Plauto?
Como el Bien es perfecto y por lo tanto un poco aburridito, centremos nuestra atención en el Mal. Si rastreamos unos minutos en este asunto, seguro nos toparemos con las figuras de Satanás o Lucifer, dos de los nombres con que la tradición judeocristiana nombra al Diablo, epítome del Mal en Occidente. O bien, dos de los nombres principales entre las angélicas y rebeldes huestes celestiales, expulsadas del Cielo por Yahvé, gracias a la envidia que en ellos y en su líder engendró el poder de la Divinidad Única y su maravillosa creación: nuestro mundo, Adán, Eva y su idílico Paraíso.
Pero el rastreo es bastante unilateral, pues el Mal no es un rasgo exclusivo de Occidente sino de la humanidad entera, en cualquier latitud donde ésta se encuentre. La maledicencia, la perversidad: el Mal ciertamente no existe en la “naturaleza natural”. Las bestias no son “malas”, tampoco las plantas o las piedras. El mar o las montañas no son “malos”, tampoco los peces, las serpientes o los lobos. Son malos los hombres, los seres humanos. El Mal es una dolencia –una apasionante deficiencia- exclusiva del hombre, “patrimonio ético-cultural intangible de la humanidad”, por decirlo así.
Me pregunto si Catalina Creel era en verdad consciente de su inefable y cosmogónica perversidad. ¿No sería, más bien, víctima de ella, como un enfermo lo es de su padecimiento? Frankenstein, “el monstruo”, no es perverso; es sólo la creación alucinante de un científico que creyó ciegamente en el poder de la electricidad aplicada al collage anatómico. ¿Lo es Drácula, el personaje de Bram Stoker? No lo creo. Si esta aristocrática versión del vampirismo otorga la inmortalidad a sus víctimas, ¿por qué considerarlo perverso si los alquimistas buscaron el elixir de la eterna juventud durante siglos -esto, según una errática leyenda?
Quizá lo sea Mr. Hyde, el personaje de R. L. Stevenson… Pero no, no, tampoco él. Mr. Hyde es la encarnación de nuestra propia dualidad: somos buenos o malos según las circunstancias, aunque en la balanza que hay en cada uno de nosotros, siempre domine uno de los platillos. Pienso en el Cíclope, el enamorado de la bella Galatea. ¿Es él perverso y malvado? No: sólo cometió el error de enamorarse de la persona equivocada, como suele pasar entre los seres comunes y corrientes. Su arrebato mortal es fruto del despecho más que de una innata maldad. No quiero pensar en personajes con tintes melodramáticos, como los de Dickens, Balzac, Dumas y otros porque esto se extendería más aún. ¿Y el teatro, la ópera, la danza y el cine?
Pero la realidad es más compleja, por eso el “realismo”, como corriente artística, siempre fue una balandronada. En la realidad real sí que la perversidad encuentra su medio natural y se mueve como pez en el agua. Ni pensadores como Fernando Savater y otros semejantes, que han renovado la reflexión en torno de la Ética, pueden hacer otra cosa al respecto sino recordar y tratar de comprender: Hitler, Hiroshima, el Holocausto, Viet-Nam, las dictaduras criminales de “derecha” o “izquierda” extremas… Y en México, tantas cosas más.
Ejemplo de un acto de perversidad doméstica: hace unos meses encontré una hoja de papel que alguien deslizó debajo de mi puerta. Había algunas frases escritas en ella. Las frases aludían a mi medianía como “escritor”. ¿Quién se tomó la molestia de hacer esas anotaciones tan sesudas y sacar una conclusión por lo demás tan obvia? ¿Un genio? ¿Una víctima -otra más- de la envidia? Dejo la hoja por ahí y me digo: cuán pobre diablo hay que ser como para envidiar a un miserable y atacar así, por la espalda y de manera anónima. “¡Ah, mundo hediondo!”, solía decir hace años un conductor regiomontano de televisión. Es verdad: “Algo huele a podrido en Dinamarca”, diría Hamlet.
Javier Treviño
EPÍGRAFE