La canción de la Virgen
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Hace unos días, en viaje por carretera de Tijuana hacia Los Ángeles, donde peroraría para nuestros paisanos de habla hispana, pedí a mi acompañante que llegáramos a San Juan de Capistrano, lugar precioso de la Alta California. Ahí hay un convento en cuya capilla predicó ese ángel con figura humana que fue fray Junípero Serra. Y he aquí que los buenos padres que custodian ese sitio pusieron en mis manos la letra y música de una canción que -me dijeron- se cantaba en los velorios de San Juan desde los tiempos de la Colonia.
Lamento no estar en posibilidad de poner aquí la partitura de ese canto, pero la letra es tan bella que por sí misma tiene la gracia de un poema. Hela aquí:
Orillas de un ojo de agua
estaba un ángel llorando,
de ver que se condenaba
la alma que tenía a su cargo.
La Virgen le dice al ángel:
“No llores, ángel varón,
que yo alcanzaré con mi Hijo
que esta alma tenga perdón”.
“Hijo mío muy amado,
Hijo de mi corazón:
por la leche que mamaste
dale a esta alma tu perdón”.
“Madre mía muy amada,
Madre de mi corazón:
¿Cómo quieres que perdone
a quien tanto me ofendió?”.
“Hijo mío muy amado,
Hijo de mi corazón:
pastoreando sus ovejas
un rosario me rezó”.
“Madre mía muy amada,
madre de mi corazón.
Si tanto quieres esta alma,
sácala tú de ese ardor”.
La Virgen, como piadosa,
al infierno se arrojó.
Con su santo escapulario
de la mano lo sacó.
Sale el diablo envenenado;
para los cielos tiró.
“Señor: la alma que me has dado
tu Madre me la quitó”.
“Vete de aquí, Lucifer;
apártate, dañador.
Eso que mi Madre hiciera
por bien hecho lo doy yo”.
Los ángeles en el cielo
cantan todos a una voz:
“El Señor nos dé la gloria,
como se la dio al pastor”.
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El rosario de la Virgen
no lo dejes de rezar:
es el primer escalón
que al Cielo te ha de llevar.