Instantes refulgentes
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Así se va haciendo la memoria.
Como un potente reflector que, sin que nadie lo piense, enciende un resplandor en la larga carretera del pasado. Ahí está una escena, un suceso, un dialogo, una acción inolvidable. Te hace reír o te conmueve hondamente. Te saca la sonrisa o esa mirada distraída que no ve sino lo que ilumina el reflector. Algunas veces quiere salir una lágrima, pero no la dejas correr.
Estamos en la Presa de la Amistad allá en Acuña. Entra en la reunión el Obispo recién llegado a la diócesis. Una de las damas trae un atractivo collar de artesanía de madera. Lo admira el Obispo, y ella se lo quita y se lo da. Él hace lo mismo con su cruz pectoral y le dice que pueden intercambiar por un rato.
El reflector ilumina un gran gimnasio. Se celebra la misa con niños en el Colegio Zaragoza. El nuevo Obispo es invitado. Los niños se acercan, lo rodean, lo saludan, caminan con él, zigzagueando ante las graderías llenas de papás y mamás que ven aquella regocijada escena.
La misa en la catedral. Celebra el nuevo Obispo. Llama a la chiquillería que se acerca al altar y acompaña la celebración con participación de palabras, de cantos y de movimientos de manos y brazos. Le dan la paz con mucha alegría. Son ellos los que les dicen a sus padres que quieren ir con a la misa de Catedral cada domingo.
“No tengo vocación de párroco”, le digo a don Francisco, “he sido siempre vicario y tengo algunas ocupaciones diocesanas de pata de perro que me traen de aquí para allá”. Me informan cuál es el territorio que abarca la parroquia sin nombre a la que después bautizamos como Comunidad Parroquial Misionera San Pablo Apóstol. Recibo la parroquia en la capilla de las hermanas hijas de Nuestra Señora de la Caridad. Atienden ellas el internado del Buen Pastor, de niñas que vienen de familias disfuncionales.
Es una parroquia sin templo parroquial. Las hermanas, con gran hospitalidad, permiten que ahí nazca la comunidad. Tenemos un gran salón para reuniones y adaptamos con tabla-roca unas oficinas. Así estamos de huéspedes hasta que se inaugura el templo parroquial circular, construido sobre un terreno cedido por el Municipio. La audacia episcopal permite que se edifique también una pastoral evangelizadora que origina muchas comunidades y ministerios laicales.
Durante la construcción, se celebran las misas dominicales bajo una inmensa carpa azul. Los asistentes soportan aironazos, lluvia, sol ardiente los que no alcanzan lugar en la sombra. Celebra el obispo Villalobos. Ha llovido en la noche y una religiosa, sentada en primera fila, recibe un segundo bautismo –casi de inmersión– cuando un aire hace que el agua, acumulada en la lona, caiga, como aguacero, sobre su devoción de ojos cerrados… ¡ja! A la hora del ofertorio, la monaguilla le lleva al Obispo las vinajeras sobre una charola de cristal. Él coge la vinajera y la suelta al momento. Después del aguacero nocturno que enlodó el piso, brilla un cálido sol. Asoleadas están las vinajeras y llegan calientes al altar. El Obispo las usa después con ayuda de un purificador para no quemarse. A la hora de la comunión, volvemos al altar con los zapatos llenos de lodo.
El padre Usabiaga presenta el nuevo documento del Papa con elocuencia docente y gráficos didácticos. A mí me toca la aplicación a la vida, y el obispo Francisco Villalobos le pone techo a todo con una amena reflexión teológico-pastoral. Todo es en el patio del local de Caballeros de Colón. Se invita a muchos profesionistas cada vez que se publica una encíclica del magisterio pontificio.
Se alcanza a ver un comedor de muchas mesas. Están llenas de comensales sacerdotes invitados por la hermanas Oblatas de Santa Martha, en el día de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. De aquella mesa se elevan carcajadas y risas regocijadas, una detrás de otra. Es la mesa en que el obispo Villalobos cuenta unos chistes buenísimos de su gran repertorio
Así es la memoria. Nos hace sonreír al ir manejando, nos hace reír a carcajadas ya con la cabeza en la almohada, nos deja emocionados al contemplar aquel ágil esbelto estudiante de Teología que después viene de Roma a ser nuestro profesor de Historia de la Iglesia con una habilidad notable. Da la clase con miradas rápidas a gruesos libros en francés, captando datos y fechas de épocas y personajes.
Verlo ahora caminar hacia su –no tan lejano– centenario de vida, con el mismo entusiasmo y fidelidad de tiempos de plenitud, nos hace agradecer a Quien todo lo da, su presencia ejemplar entre nosotros…