Humanización de la calle
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Hay calles de mucho tránsito.
Hay otras de abundante circulación peatonal. En algunas se ven perros perdidos o vagabundos en constante peligro de atropellamiento. Algunos transeúntes no obedecen indicaciones del semáforo o se cruzan antes de la esquina.
Algunas calles céntricas han tenido renovaciones notables de alumbrado con cable subterráneo y amplias banquetas restauradas. Hay otras a las que les falta mantenimiento por tapas metálicas sobresalientes, baches sorpresivos o coladeras dañadas.
En ocasiones la gente camina sobre el pavimento por manifestación o por peregrinación. Se interrumpe el tráfico vehicular y se usan vías alternas para los desplazamientos. La manifestación es abigarrada y tumultuaria, salpicada de gritos y de porras, con mantas sostenidas con las manos o levantadas en alto con pértigas de madera. Se reclama, se denuncia, se exige, se acusa en un caminar de larga fila hasta la plaza del mitin o del encuentro y, en pocas ocasiones, de dialogo.
Otro evento multitudinario de calle es la peregrinación. En días anteriores a la fiesta decembrina empiezan a llegar al santuario, después del largo recorrido por algunas arterias de gran cupo. Se elevan cantos y oraciones. Hay también pancartas de alabanza y de plegarias, estandartes de asociaciones de culto o de apostolado. Hay unas, como la del trabajo, que son más homogéneas y nutridas, vibrantes con el entusiasmo de su fe guadalupana.
La calle en esas ocasiones olvida su habitual trajinar cotidiano de ires y venires. La vida desplaza a la máquina y su asfalto y sus aceras se vuelven cauce de un río de ciudadanía o de feligresía. La ciudad da hospitalidad a estas expresiones de fe y de dignidad humana, de libertad para protestar y para creer. No hay falso laicismo represor ni enfrentamientos con fuerza pública agresora.
Se humaniza la calle con una función de acogida y de vialidad para quienes buscan justicia y para quienes agradecen, expían, alaban o suplican con fe comprometida. Salir y caminar juntos es un lenguaje comunitario universal. El templo y la plaza son estuarios en que desemboca la devoción y la pasión que no tolera la ausencia de bien común.
No basta la privacidad y estalla lo público. Se requiere la intemperie, el aire libre y se sale y se camina y se canta y se grita y se reza con alegría y esperanza.
Se descubren las confluencias y las afinidades, lo unánime y lo simultáneo, lo libre, lo igual y lo fraternal en una celebración colectiva de la libertad…