Hablemos de Dios (coda)
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48 semanas de hablar de Dios y la Biblia. Y, claro, de la religión y de nosotros, los humanos que a final de cuentas somos los que le damos vida a la palabra de Dios. Gracias por su atención, señor lector. Me debo a ustedes. Y hoy, por insistencia de usted, precisamente, agrego una coda. Dentro de dos sábados más presentaré el nuevo proyecto, se llama Café Montaigne. Usted podrá deletrear próximamente en este espacio la introducción y el enfoque. Mientras tanto, dedicamos una columna más, estas palabras y letras a convocar a Dios y su palabra.
¿Por qué necesitamos a Dios? Cada quien necesita responder esa pregunta desde el fondo de su ser. ¿Hay gente que no necesita de Dios? Pues sí, mucha, millones. ¿Viven mejor sin Dios? Cada quien deberá responderlo en las noches más altas. Muchos hermanos se acercaron con quien esto escribe, había un denominador común en ellos, sobre todo con los hermanos de templos cristianos (por ejemplo, en el Gobierno de Rubén Moreira son legión, pero si usted contrasta su fe verbalizada con sus hechos y acciones, pues son dos cosas totalmente diferentes. En fin), los cuales me espetaban una y otra vez: “Jesús, tienes que creer ciegamente y con el corazón. Nuestra mente no puede escudriñar intelectualmente a Dios. Somos pequeños”.
Perdonadme, en este Dios no creo. Yo necesito analizarlo, verbalizarlo, escribirlo, meditarlo, deleitarme con Él; repasar una y otra vez su palabra y encontrar las resonancias secretas de sus sílabas. Tratar de descubrir su sentido oculto (eso piensan los hermanos judíos, los lectores empedernidos y los que reflexionan con el Talmud, el Zohar en la mano y, claro, sobre la Torah. Para esto se necesitan muchas horas de vuelo, mucho tiempo, mucha reflexión, hartas lecturas, espiritualidad, agilidad intelectual y sutileza. Así lo recomienda el rabino Marc-Alain Ouaknin). Si Dios no entra por mi sesera, pues no sé por dónde pueda entrar, la verdad. ¿Qué es o qué debe de producir Dios al conocerle y al leer su palabra? Pues lo que produce la poesía, la poesía alta y poderosa como la escrita por Seamus Heaney, John Donne o John Milton: un movimiento telúrico, un terremoto. Una tempestad que nos cambia para siempre.
Si al leer la Biblia o al leer a Seamus Heaney o a Pablo Neruda (escritor favorito del joven abogado Gerardo Blanco), usted siente que hay un temblor que le mueve, pues entonces está en buen camino y ese código de vida que es la Biblia (no es un libro, no, es un plan de vida para usted que es un hombre, una mujer de fe) le habla a usted, a nadie más. En este Dios que me mueve intelectualmente sí creo. Siempre voy a creer en él.
Esquina-bajan
Dios no cumple caprichos, señor lector. Y jamás habla. Le digo que ya no pude abordar en este espacio análisis serios y pormenorizados de estudios que emparientan más las supuestas visiones y llamados de Dios a ciertos seres humanos con los cuales se comunicaba o les “hablaba” mediante la locura. Socarronamente, investigadores han escrito: pues cómo no se iban a imaginar que Dios les hablaba si tenían días sin comer (ayuno), se martirizaban hasta el alucinamiento (flagelo), no dormían y pasaban días, semanas recluidos en sus celdas o eremitorios. Pues así sí, a cualquiera le “habla” Dios.
Creo un poco más en lo que le pasó al pobre de Moisés que, no obstante el gran servicio que prestó a Dios, no llegó a tierra prometida. Pero, bueno, en su momento lo abordamos. Dice la Biblia, Deuteronomio 34:7: “Moisés de edad de 120 veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”. En esto creo y deseo por siempre: que todos tengamos vigor, vida en la tierra y empuje y fuerza para cambiar las cosas, al mal gobierno que nos asiste y tenderle la mano al jodido que pide ayuda.
Por lo demás, Dios siempre está de moda, señor lector. Desde el inicio de esta saga de columnas se lo planteé: hablar de Dios y vincularlo aquí y ahora. Desde cualquier arista: lado social, cultural, literario, económico, histórico, político… ¿Lo logré? Usted tiene su mejor respuesta. Ésta fue mi tirada de naipes.
Dios siempre está de moda. Tan es así, que ahora en la reciente edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el Premio “Sor Juana Inés de la Cruz” (premio serio, no como el “Manuel Acuña” local) recayó en las manos de la ibérica Marina Perezagua, quien en su nueva novela, la lectura de la Biblia trastorna a su personaje Don Quijote de Perezagua, el que deambula con su idealismo a cuestas entre Manhattan y Queens, Nueva York. ¿Lo vio? La Biblia y Dios están en todo lugar y están de moda.
Letras minúsculas
Creo en Dios, señor lector. En este críptico y mimético Dios que dijo ser: “Yo soy el que Soy”. Éxodo 3:14.