En torno a Pedro Garfias
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TEMAS
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El XX fue el siglo de los manifiestos estéticos e ideológicos. Me pregunto si en esta época los manifiestos tendrían, de verdad, algo que manifestar.
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Hoy se llaman “vanguardias históricas” a los espectros que mantenemos en grandes frascos de formol y de los que todo el mundo habla como si estuviesen vivos aún.
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Algunos suelen pensar que el arte debe transformar a la sociedad, como si no supieran que la sociedad es un ser proteico que desde hace milenios sufre las convulsiones de su constante reconfiguración.
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Schiller agrupaba a los poetas en dos bandos: los sentimentales y los ingenuos. Pero ni la poesía sentimental ni la poesía ingenua son, en realidad, lo que la traducción de esos términos quiere decirnos.
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Alguien calificó la poesía de Pedro Garfias de “demasiado sentimental” y se lamentaba de que no hubiese seguido el camino del ultraísmo, que combatía precisamente el exceso de emotividad del modernismo rubendariano. O sea: “una rosa es una rosa es una rosa es una rosa…”
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También León Felipe ha sido acusado de “demasiado sentimental”. No sé si sea necesario tomar partido ante este tipo de aseveraciones. Soy tan sentimental.
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He leído una y otra vez el libro de Garfias –“De Soledad y otros pesares”-; su lectura me ha disparado a los años de juventud. Pero nunca como ahora leí su poema “Primavera en Eton Hastings”, nunca como ahora. Dámaso Alonso lo considera “el mejor poema del destierro español”.
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A estas alturas las corrientes artísticas, las antes llamadas “vanguardias”, parecen superficialidades de la historia. El impresionismo, el cubismo, el dadaísmo, el surrealismo y todo eso, ¿constituye algo verdaderamente significativo en la historia de la humanidad, en la historia del arte y de la poesía? ¿O se trata sólo una curiosidad del Tiempo?
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Luis Rius hablaba de tres etapas en la obra de Pedro Garfias: la esteticista (o ultraísta), la comprometida y la “intimista” o “varia”. Pero ¿podemos hablar aún de “poesía comprometida” o “social”? Quizá sea un pleonasmo, pues toda poesía es, por naturaleza, social, así sea dicha en primera, en segunda o en tercera persona del singular o del plural.
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Si la poesía tuviese hoy el número de fans que poseen los videojuegos, la historia del arte sería diferente. De hecho y gracias a Digitalia, la Historia ya es diferente.
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En cualquier caso, prefiero el sentimentalismo de un Pedro Garfias al siempre incuestionable ditirambo panfletario de los poetas mesiánicos que creen salvar al mundo con sus arengas ideologizantes.
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Las ideologías y los partidos son la peste del arte. ¿Quién se atrevió a calificar de “degenerado” al arte? ¿Y quién pudo perseguir o estigmatizar a poetas como Mayakovki o Lezama Lima? ¿Con qué derecho tales dictadores se erigieron en árbitros de la cultura y la vida humanas?
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Como tantos, Garfias se derrumbó ante la Guerra Civil Española e hizo del lenguaje un arma. Pero no gritó desde el marxismo o desde alguna sofisticada interpretación del materialismo histórico-dialéctico, sino desde la rabia y el sentimiento crítico, aunque parezca una contradicción. Y Pedro Garfias habló también con lágrimas.
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Cuando era un muchacho despistado mis mayores me hablaron de Garfias. No imaginé que era el poeta que empezaba a ser ya casi un espectro. No sabía que cargaba un cadáver sobre sus espaldas. Veo en este momento la escalinata curva y señorial del Cine Elizondo, ese palacio chino de escenografía operística. Fue derrumbado hace años, como tantos otros inmuebles, para la construcción de la Gran Plaza.
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En plural y en femenino
Pedro Garfias llevaba en su apellido
Su destino /
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Navegando por las aguas procelosas de la Internet me encuentro una antología de “poesía crítica” española contemporánea. ¿Poesía crítica? ¿Qué es eso? ¿Más adjetivos para la poesía? ¿Más todavía? Pero soterrada o abiertamente, la poesía siempre ha sido crítica, antes incluso que Homero.
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Sin embargo, ¿cómo entender la “Oda” que el camarada Pablo Neruda escribió para el camarada Stalin? Mis neuronas no alcanzan a establecer las conexiones necesarias para comprender tamaña paradoja. El autor de “Residencia en la tierra” alabando al carnicero Stalin… Hombre, eso es tanto –casi- como ver a Gabriel D´Anunzzio hacer reverencias a Mussolini. Digno todo de una película de Chaplin.
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En el remolino de la historia y el vértigo de las ideas, Pedro Garfias llora una España secuestrada por Francisco Franco –otro psicópata en el poder-, pero alude varias veces a la Divinidad, esa misma Divinidad que representaban los jerarcas de la Iglesia Católica que bendecían las armas de los soldados del ejército de Franco.
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¿Dónde quedaron las exquisiteces ultraístas cuando Garfias tuvo que largarse de España? No supo que abandonaba su España para siempre. ¿Se habría quedado, como Federico, como tantos, para un día cualquiera ser prendido por la Guardia Civil y asesinado al cabo de un paseo por la madrugada? Otro pudo escribir “el mejor poema del destierro español”.
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“Poesía de circunstancia” y “poesía sentimental”: qué par de nociones para definir y descartar a la poesía. “Un poema siempre es circunstancial”, decía Goethe. Esto en lo que se refiere a la primera idea. No sé si Bécquer tendrá una explicación para la segunda.
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Veo en Pedro Garfias a Gustavo Adolfo Bécquer y a Góngora. No sé a quién vería el propio Garfias. El “pathos” de la hispanidad es singular. Suma de culturas disímbolas, España es, al mismo tiempo, sensual y pacata, hedonista y fanática, racionalista y sensiblera. Algo de esa España encontraría Garfias en México.
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Leo una y otra vez “Primavera en Eton Hastings”. En un subtítulo Garfias lo llama “Poema bucólico con intermedios de llanto”. Y lo es, pero también es un poema elegiaco: una combinación de Garcilaso y Espronceda, pero decantada por los años y los ismos. El bosque inglés y la tristeza hispánica: Frankenstein llora su quirúrgica orfandad en una isla.
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Camino entre la multitud, en un pueblo grande que jamás supo convertirse en una gran ciudad. Sólo llegó a ser una arpillera tachonada de parches, remiendos, migrantes, pordioseros y estrellas del arte conceptual, el performance y la industria pesada. ¿Qué fue a hacer ahí un Pedro Garfias?
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O la poesía ya no tiene nada que decir o las masas nunca supieron de su existencia. ¿Cómo hablar de igualdad cuando el pueblo escucha música de banda mercantil y unos cuantos escuchan las cuatro sinfonías de Schumann y el murmullo minimalista de Philip Glass? ¿Cómo hablar de equidad cuando las mayorías piensan que las letras de las canciones de Los Tigres del Norte son poemas y no se han enterado de que Eduardo Lizalde escribió “El tigre en la casa” en 1970 y algunos poetas anónimos el “Canto del arpista”, unos 2,600 años antes de Cristo, en Egipto?
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“Ninguno vuelve de allá abajo que nos cuente cuál es su suerte, que nos cuente lo que necesitan, y tranquilice nuestro corazón hasta que nosotros lleguemos a ese lugar donde ellos ya han llegado.
Que tu corazón, pues se apacigüe. El olvido te es favorable.
Obedece a tu espíritu por tanto tiempo como te sea posible.
Unge tu frente con mirra, vístete con lino fino, perfúmate con las maravillas verdaderas que forman parte de la ofrenda divina.
Aumenta tu contento para que tu corazón no languidezca.
Sigue tu deseo y tu felicidad, colma tu destino sobre la tierra.
No expongas tu corazón a la inquietud hasta el día en que te alcance la lamentación fúnebre.
Aquel cuyo corazón está hastiado no oye su grito. Y su grito no salva a nadie de la tumba.
Haz, pues, del día una fiesta, y no te sientas harto.
Mira, nadie lleva consigo sus bienes.
Mira, ninguno vuelve de los que se han ido…”
Canto del arpista
Siglo XXVI a. C.
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Pero el olvido no fue favorable a Pedro Garfias. A bordo del “Sinaia” llevó consigo, como tantos otros, la tristeza del “transterrado”, del exilio. Y a todas partes llevó consigo este fardo, dejando atrás su vena ultraísta e internándose en una poesía que surgió de “la oscura raíz del grito”, de la que había hablado García Lorca. Más allá o más acá de las ideologías y los catecismos políticos de cualquier tendencia.
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Pienso en las víctimas de las dictaduras de derecha e izquierda, en la lepra de las utopías ideológicas, en los millones de seres asesinados por criminales que ostentan un poder hipotéticamente –o hipócritamente- cimentado en ideas libertarias, justicieras, equitativas y demás entelequias sociales. Hitler y Stalin cantando a dúo un aria de Richard Strauss mientras Walter Benjamin, Paul Celan y Ossip Mandelstam, entre muchos otros, se suicidan, son torturados o enviados a campos de trabajos forzados.
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Lezama Lima cautivo entre las valvas de su concha isleña, enamorado de Fidel Castro y su revolución, la misma que lo arrinconó hasta negar su presencia en La Habana. Edmudo D´Amicis escribe un libro tan edificante que pudo competir en rectitud moral con el mismísimo Sócrates. Fascismo y socialismo: los extremos se tocan y desgarran la bandera traslúcida del tiempo humano.
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Pero ¿qué hace un artista, un poeta, frente a una realidad tan compleja? ¿La poesía y el arte han sido siempre “críticos”, como escribí antes? No, evidentemente no. Tampoco el arte y la poesía fueron en el pasado lo que ahora son. ¿Qué poeta egipcio o babilónico se hubiese atrevido a escribir poemas satíricos contra los despóticos caprichos del faraón o el rey? Con razón Octavio Paz afirma en “Los hijos del limo” que el primer rasgo distintivo de la poesía contemporánea es ése, su sentido crítico.
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Es ese zumo crítico el que fluye entre los versos de Pedro Garfias. No es tan audible en su poesía “esteticista”, pero sí en mucho de lo que escribió a partir del estallido de la Guerra. Ser crítico y sentir dolor por un mundo perdido no implica, sin embargo, entregarse al canon de una u otra ideología prometeica.
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Qué lástima haber sido un chico tonto y despistado cuando pude conocer a un hombre como Garfias. Sigo siendo un despistado y un tonto, pero Garfias se fue el mismo año en que llegó el Sargento Pimienta. No encuentro mejor analogía para subrayar el revuelo de los años, las ideas y hasta los estilos artísticos. Aunque, viéndolo bien, esto –el mundo- sigue siendo la misma Nave de los Locos que fue desde el principio de los tiempos.