El qué, el cómo y el por qué
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Lo sólido permanece, lo líquido es inestable y corre y se amolda, lo gaseoso huye y se dispersa.
Lo macizo son los principios, las evidencias, lo constitutivo. Se licúa lo que no es consistente, sino que es atraído y se adapta como las concesiones exageradas o las debilidades acomodaticias en los acuerdos humanos. Los arranques temperamentales, las proclamaciones tajantes, las simpatías o antipatías se parecen al estado gaseoso de la materia.
Ya Bauman denunciaba lo líquido de tantas cosas contemporáneas que ya no se consideran tan sólidas. La misma ciencia ha hecho sus rectificaciones a lo que parecía definitivo. Sin embargo, el resplandor de la verdad permanece como un desafío permanente frente a todos los investigadores de mirada crítica. Es artificial facilidad la de un relativismo que bordea las fronteras del escepticismo y del nihilismo.
En la conversación contemporánea se dan posicionamientos de generalización. Se atribuye a todos lo que unos cuantos hacen. Se toma como conducta habitual lo que fue un leve yerro. Y se llega a tomar decisiones con una visión de telefoto y no de gran angular, multiplicando las afectaciones y las opresiones en muchas vidas que no las merecen.
Las prácticas democráticas pueden hacerse líquidas y aun gaseosas, perdiendo su mejor anhelo que es el mandato que un pueblo da a quienes elige para que el bien que consigan no sea restringido con exclusiones, sino que se extienda a la mayoría o a la totalidad.
Se habla de una posverdad que da más importancia a la reacción y la emoción de los receptores que al contenido que se comunica, totalmente alejado de la realidad. Así también, en ángulo positivo, podría pensarse en algo que no es posmodernidad ni posverdad, sino que
enfocaría lo posdemocrático. Sería un paso más allá de lo que ahora produce tanta inconformidad.
Seguir manteniendo lo sólido, mientras no se demuestre lo contrario, es una necesidad humana y social. Que las incongruencias no lleven a cancelar los cimientos como si se quisiera curar la pulmonía cercenando los pulmones. Distinguir la calidad de la conducta, la dignidad de la persona y la solidez de las verdades evita que, por una falta, se condene la conducta, la persona y la misma verdad quede negada o menospreciada.
Nos parece esto un rollo enredado, pero es tiempo de activar la reflexión para saber qué ayuda y qué estorba, qué aceptar y qué rechazar, y no quedar ensartados por devorar carnada y anzuelo. Si tuviéramos tres ojos, veríamos siempre en toda observación: el qué, el cómo y el por qué… ¡ja!