El precio de la codicia
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Lograr el éxito a toda costa olvidando el lado humano y solidario es la idea que actualmente se fomenta
La película que lleva el título de esta columna describe los sucesos que en Wall Street antecedieron a la crisis financiera del 2008 que provocó el colapso la economía mundial. Relata las horas de codicia que causaron que unos cuantos se hicieran multimillonarios y que miles cayeron en el abismo de la pobreza.
Posiblemente, la esencia de este filme se resume en estas palabras pronunciadas por John Tuld, el director de una casa de bolsa: “hay tres formas de ganarse la vida en este negocio: ser más rápido, ser más listo o hacer trampa”, pero lo que pone los pelos de punta es otro de sus comentarios: “tu pérdida es mi ganancia”.
El dilema ético que se plantean los altos ejecutivos de esa firma es claro: al saber que del inminente terremoto financiero ¿qué es lo conducente? ¿Salvar la economía de sus clientes, prevenir a los ciudadanos y al mercado o quedarse con las ganancias y salvar sus bolsillos? La respuesta ya la sabemos.
Esta realidad describe a la perfección el capitalismo inhumano en el cual el mundo está inmerso, muchas veces a costa de millones de personas que sobreviven en la miseria.
Innumerables historias Louis Hronenberg en alguna ocasión dijo que era preciso tener éxito a toda costa; incluso si eso significa ser un millonario muerto a los cincuenta; o si esto implica dañar a los semejantes o al medio ambiente.
Sin duda, una de las metas de mucha gente es obtener este tipo de éxito en la vida. Triunfo que se relaciona, casi por definición, con el acaparamiento o engrandecimiento de poder, dinero, posición social o fama. Triste es ver a tantas personas, sobretodo a los jóvenes, apegarse a este modelo de vida que en el fondo se encuentra vacío.
Existen innumerables historias que narran la manera en que personas, al aferrarse tanto a esta idea de éxito material y por intentar alcanzar estos objetivos, erosionan brutalmente su vida al caer en un pavoroso vértigo que provoca la pérdida de lo más valioso de la existencia, como puede ser el matrimonio, familia, amistades, armonía espiritual e inclusive la salud. Si este es el precio del éxito, de ese movido por la codicia, la ambición y la corrupción, entonces quienes lo obtienen también pierden, en el proceso, el sentido de la vida.
Tal vez en la idea del éxito actualmente se encuentra una de las más terribles formas del fracaso, debido a que no se forma a la persona en lo espiritual, religioso o ético, entonces puede llegar a tener un total desahogo en el ámbito material, a la vez de tener el alma sofocada, desinflada; y todo porque nadie se encargó de enseñarle a la persona que tal vez pueda ganar todo a todos y perder, al mismo tiempo, absolutamente todo.
Personajes fracasados ¿Recuerdan a tanta gente, aparentemente exitosa, que se suicida o a personas, como el multimillonario Howard Hughes, que se recluyen y mueren de asilamiento? ¿Quién no se acuerda de tantos artistas, celebridades y personas de sociedad que, de repente, se vuelan la tapa de los sesos, o que viven vidas terriblemente agitadas o temerosas?
Existe una de esas historias que evidencian esta situación con claridad: se cuenta que en 1923, nueve de las personas más exitosas del ámbito económico de los Estados Unidos, se reunieron en un hotel de la ciudad de Chicago. Eran los “personajes”, más destacados todo el mundo, pues ellos habían resuelto el secreto de hacer dinero: Charles Schwab, presidente de la empresa de acero más grande del mundo; Samuel Insull, presidente de la empresa eléctrica más poderosa; Howard Hopson, presidente de la compañía de gas más importante de la época; Arthur Cutten, el monopolista de la venta de trigo de ese país; Richard Whitney, quien luego fuera el presidente de la Bolsa de valores de Wall Street; Albert Fall, secretario del interior del gobierno federal; Leon Fraser, presidente de uno de los mayores bancos del mundo; J. Livermore, el corredor de bolsa más exitoso, e Ivar Kreuger, el líder del monopolio más poderoso del mundo.
Estos “personajes” seguramente eran la envidia y el ejemplo de la gente que deseaba tener éxito, poder y fama. Pero descubramos cómo terminaron:
El presidente de la empresa de electricidad murió en total bancarrota en París fugitivo de la justicia; Charles Schwab murió en la miseria viviendo, los últimos años de su existencia, de la caridad pública; el presidente de la empresa de gas terminó perdiendo sus facultades mentales; Arthur Cutten murió insolvente también en el extranjero; quien luego fuera presidente de la Bolsa de Valores fue enjuiciado por delitos y encarcelado; el Secretario del Gabinete fue procesado y murió en la miseria; el presidente del banco, así como J. Livermore y el gran monopolista, Ivan Keruger, se suicidaron.
Estos nueve hombres “de éxito” acabaron fracasados porque no tuvieron la sabiduría y el valor para escoger lo que verdaderamente genera una vida plena, porque durante su asenso rompieron la ética y cayeron en las tentaciones del poder.
Estos “personajes” desaprovecharon la vida misma dejando para la posterioridad un testimonio de imprudencia. Ejemplos que no vale la pena seguir por ningún motivo, pues ellos prefirieron desgarrarse por lo material en lugar de ensanchar el alma, vivieron comprando y utilizando cualquier medio para conseguir sus fines temporales; bien lo decía Camus “el éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo”.
Al final del camino De esto podemos aprender que resulta inútil competir contra los demás, que cada quien debe ser el número uno con relación a sí mismo, que son necesarios el silencio y la fe para descubrir el sentido de la vida, que es fundamental formarse en lo intelectual, lo humano, lo religioso y en la voluntad. Es bueno “promover la cooperación que fortalece y activar la solidaridad que une” y evitar la competencia destructiva, así como el éxito material basado en la codicia y el egoísmo que desgraciadamente hoy, voluntaria o involuntariamente, se enseña en la mayoría de los centros educativos del mundo.
Tal vez lo fundamental en la vida no es cómo se empieza o dónde uno se encuentra, sino más bien “cómo se concluye”. Y para no equivocarse hay que jerarquizar valores y optar por lo correcto, por eso que genera vida y evitar todo lo que la erosiona.
Qué bueno que supiéramos prevenir, que fuéramos responsables de nuestra libertad y de las elecciones que optamos cotidianamente, qué bueno sería que, al final de nuestro trayecto, pudiéramos decir que vivimos una vida plena y que, por tanto, no habrá en el ocaso lamentación alguna.
Fracaso disfrazado Vivir virtuosamente es una decisión individualísima que, como diría José Ingenieros, “distingue a los corazones que alientan un afán de perfección, a esos que son conmovidos por todo lo que revela fe en un ideal: por el canto de los poetas, por el gesto de los héroes, por la virtud de los santos, por la doctrina de los sabios y por la filosofía de los pensadores”.
Benjamín Franklin tuvo razón cuando dijo: “el éxito ha arruinado a muchos hombres”. Comprender este pensamiento -creo- podría ser una ventana para aquellos que piensan que en la vida lo material lo es todo.
El éxito no es un fin en sí mismo, sino un recorrido maravilloso que se encuentra cuando se comprende lo mucho que hay que dar y compartir, cuando se sabe ser feliz y hacer felices a otros. Pero esto hay que descubrirlo en nuestro interior, inclusive hay que saber sufrirlo.
En fin, existen ocasiones en donde el éxito es sencillamente un fracaso disfrazado de oropel, de pura ficción y que el precio pagado por él es muy oneroso, sobre todo cuando se fundamenta en la codicia y la corrupción.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo
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