El poeta y la catedral
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Con motivo del bicentenario de nuestra Catedral de Santiago, María Elena Santoscoy y esta escribidora reunimos en una antología, en 2001, documentos, ensayos, poemas y, en general, los textos conocidos que sobre el templo se hubiesen escrito hasta entonces, y le añadimos unos pocos, escritos para la ocasión. Profusamente ilustrado, el libro lleva el título “Catedral de Saltillo... por los Siglos de los Siglos”, y fue publicado por el Gobierno del Estado, la Secretaría de Educación Pública de Coahuila y la Universidad Autónoma de Coahuila.
El libro, como suele suceder tantas veces, fue hecho de prisa para no dejar pasar la efeméride. Un bello texto se nos escapó: un opúsculo titulado “Notas Históricas de Coahuila. Coahuila Antiguo”, escrito en los primeros años del Siglo 20 por Francisco Fuentes Fragoso y Manuel Múzquiz Blanco.
Este último, poeta y escritor nacido en Lerdo, Durango, en 1884, vivió muchos años en Saltillo y aquí produjo gran parte de su obra. En 1928 publicó su libro de poemas, “Huerto Cerrado”, prologado por otro poeta de prestigio nacional, Luis G. Urbina. Es autor de “La Casa del Dolor, del Silencio y de la Justicia”, un curioso libro de relatos sobre la prisión, la vida de algunos reclusos, crímenes famosos y el ambiente de la Penitenciaría de México, de la cual Múzquiz Blanco fue director. También se conoce una novela histórica suya, “El Tesoro de Axayacatl”, y un libro de viajes, “Sonora-Sinaloa. Visiones y sensaciones”, escrito a propósito de una gira con el cantante mexicano David Silva. En honor de este poeta, la biblioteca de la Alameda en nuestra ciudad lleva su nombre.
“Notas Históricas de Coahuila. Coahuila Antiguo” es un texto muy poco conocido, escrito en el estilo retórico y grandilocuente de la época de sus autores y que en estos tiempos puede parecer chocante y rebuscado. Sin embargo, si el lector se ubica en el tiempo en que fue escrito, resulta un texto bello, y en lo relativo a la descripción de la Catedral de Santiago, sobrecogedor. Transcribo unos fragmentos. Lo encerrado en paréntesis lo añadí para mejor entendimiento del texto:
“Más como ellos (la gente rica que aportó dinero para la construcción), muchos debe de haber habido, y junto a la largueza de los grandes, la lacería (escasez) de los indigentes llevó también a la obra su personal esfuerzo, su rudo trabajo, y así, sin cansancios, sin desfallecimientos, lo que en un principio no fue sino un conjunto informe de muros grises, un negro andamiaje como esqueleto monstruoso, era el día 21 de septiembre de 1800, el primero del siglo de nuestra libertad, la grandiosa fábrica (construcción) que levanta hacia los cielos el orgullo de sus torres, que opone la inquebrantable firmeza de sus ciclópeos muros a las rachas de todas las dudas, de todos los cismas, de todas las luchas, segura de que en ella se embotarán todas las armas, se estrellarán todos los odios, mientras en el misterio de sus naves arda la hoguera de la fe... Al través de los siglos que han dejado su pátina en los altivos muros, a ella han ido a quemar la mirra de sus preces millares y millones de creyentes; a ella ha ido e irá la eterna caravana de miraculados; bajo sus bóvedas se ha verificado para todas las almas aquel milagro de Anglese de Sagazán, que vio convertirse en blanquísimo pan, que es la alegría, el mendrugo de pan negro, que es el dolor; ella atraerá eternamente a todos los estrujados en la lucha cruel de la vida, con la hoguera de sus cirios, de los que dijo San Ambrosio en la simbólica (metáfora) admirable: que es su blanca cera (vela) la blanca carne del Señor; la torcida (el pabilo) que arde, su purísima alma que se consume de amor bajo la envoltura del cuerpo, y su luz, el emblema de la divinidad”.