El horror hay que verlo de frente
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Existe consenso universal en torno a la idea de que una de las acciones indispensables para evitar la reedición de los peores capítulos de la historia de la humanidad es no olvidarlos, es empeñarnos en recordarlos en toda su horrorosa dimensión y con todos sus macabros detalles.
No voltear hacia otro lado, no intentar ignorar lo ocurrido, no pretender desterrar el recuerdo. Por el contrario, fijar la vista con atención y garantizar, a través de la contemplación del horror, el vacunarnos para no permitir, nunca más, que hechos como el Holocausto, las limpias étnicas o las masacres provocadas por la guerra contra el crimen organizado se repitan.
Terapia de choque; remedio agresivo aplicado de forma igualmente agresiva. Un remedio apenas a la altura del mal que pretende combatir, dirán los partidarios de la fórmula, pues si no es horrorizándonos, cómo habríamos de comprender cabalmente lo que el horror significa y de esta forma disponernos a rechazarlo de forma absoluta y sin ambigüedades.
Y por eso tenemos los museos del Holocausto (“Memoria y Tolerancia” se llama el de la Ciudad de México); y por eso una de las iniciativas locales en la lucha de los familiares que buscan desaparecidos es justamente la preservación de la memoria histórica, la exigencia, que parecería contraintuitiva, de que lo ocurrido no se olvide.
Porque no queremos que vuelva a ocurrir.
De igual forma, si no queremos que vuelva a ocurrir un hecho como el de ayer en Monterrey, en el que un menor de edad baleó a sus compañeros y a su maestra, para luego dispararse a sí mismo, no podemos voltear hacia otro lado, no podemos pretender que no ocurrió, no podemos cerrar los ojos ante las imágenes del horror.
Estamos obligados a ver. Para horrorizarnos; para obligarnos después a preguntarnos con seriedad cómo llegamos aquí, cómo se incubó frente a nuestros ojos una realidad que creímos siempre propia de otras culturas, de otras latitudes e imposible entre nosotros.
No se trata de convocar a la contemplación morbosa y grosera de las imágenes del atentado. Se trata de no caer en la tentación de la sobresimplificación, de la emisión de “diagnósticos” fáciles, de la adopción de “soluciones” mágicas que implican, en esencia, voltear la vista hacia otra parte y tratar de ignorar el brutal significado de lo ocurrido.
Lo peor que podemos hacer como sociedad es creer que lo de ayer tiene una explicación sencilla o, peor aún, que tiene una solución igualmente simple, como imponer la revisión de mochilas –o colocar detectores de metales, o aparatos de rayos x– en todas las escuelas.
Hagámonos cargo de la desagradable realidad: por acción o por omisión, todos hemos contribuido de alguna forma a construirla y si no queremos que siga deformándose, ofreciéndonos productos cada vez más desagradables, lo mejor que podemos hacer, para comenzar, es no voltear para otro lado.
Al horror, para vencerlo, primero hay que verlo de frente