De iglesias y cantinas
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En la región carbonífera de Coahuila no hay tabernas cerca de las minas. Están prohibidas por la ley. Hay, sí, muchas refresquerías. Extrañas, por cierto, son esas refresquerías, pues en ellas no hay refrescos. Se vende cerveza -bastante-, tequila, brandy y ron. Pero un refresco no lo consigues ni para medicina.
En mis recuerdos hay varias cantinas. Por ejemplo “La ópera”, en la Ciudad de México. Los sábados por la tarde, allá por los años sesentas del pasado siglo, se llenaba de burócratas con gusto por haber salido de la chamba y disgusto por tener que ir a su casa. Cada media hora se rifaba un pollo rostizado, entonces muy grande novedad. Todos los parroquianos participaban, esperanzados, en la rifa, pues no es lo mismo afrontar al regreso las iras de la esposa con las manos vacías que ofrecer como don propiciatorio un pollo rostizado.
La cantina “El Porvenir”, de Tampico, se hizo famosa por su letrero de publicidad en la fachada: “Aquí se está mejor que enfrente”. Y es que enfrente está el panteón local. Un moralista anónimo pagó de su peculio otro letrero, entre admonitorio y filosófico, que hizo poner en el muro del cementerio: “Aquí están los que estuvieron enfrente”. Cosa muy rara era pasar por esa calle principal del puerto y encontrar de repente aquel inusual Memento mori.
“La Prosperidad”, de Mérida, tiene fama nacional en Yucatán. Su nombre ha llegado al extranjero, o sea a nosotros. Esa preclara institución recogió una veta singularísima de los yucatecos, escasamente conocida allende sus fronteras. Es una veta de sicalipsis, pornográfica, que viene desde mediados del siglo diecinueve y que, por obvias razones, no ha tenido mucha difusión. Representante principal de esa escuela de goliardos, o sea de pícaros decidores de majaderías, es el poeta popular “Pichorra”, autor de versos tabernarios que los sabidores recitan entre copa y copa de xtabentún, y que hacen soltar el trapo de la risa a quienes los escuchan. En esos versos se dicen cosas que no son -como decía aquél- para ser decidas. Yo me sé algunos de memoria –“... Preguntas qué es amor, niña querida...”-, y a veces los recito, cuando es propicia la ocasión. Algunos que los oyen se sorprenden, y me preguntan cómo es posible que la misma tierra que vio nacer a Guty y Palmerín, a Médiz Bolio y Luis Rosado Vega, a Peón y López Méndez, haya podido dar vida a un grandísimo bellaco literario como ese tal “Pichorra”, cuyos versos harían ruborizar hasta a un diputado.
-Son arcanos de la creación artística -respondo yo fusilándome el título de una obra de Stefan Zweig.
En “La Prosperidad” hay todos los días variedad artística. Sale siempre una pareja de cómicos -él y ella- que entablan diálogos de subidísimo color. La gente escucha aquellas demasías mientras bebe, y las celebra con aplausos y grandes carcajadas. Cuando voy a esa cantina creo de pronto estar en la primera escena del Cyrano, de Rostand, o en una de aquellas corralas españolas en que se representaban los pasos de Lope de Rueda o Juan del Encina.
Los moralistas reprueban a esa cantina, y a todas las demás. Yo, que a Dios gracias no soy moralista, detestable oficio, me río un poco de esas reprobaciones, y las juzgo puro aire -que no es lo mismo que aire puro-, humo de pajas. De la cantina puede decirse lo mismo que dijo el apóstol Pablo hablando de la Iglesia: “Siempre perseguida, pero jamás vencida”.