Cuba: tiempo de juventud
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El Comandante ha tenido su pascua.
En enero de 1998 recibió la visita del ahora santo Juan Pablo II. En Santa Clara dirigió el pontífice un valioso mensaje a los jóvenes cubanos.
El guerrillero de Sierra Maestra, el líder político y el animador del largo proceso que enfrentó grandes oposiciones terminó su trayectoria vital.
Ante el futuro de la isla recordamos aquel mensaje que dio a los jóvenes el pontífice visitante.
“Nadie debe eludir el reto de la época en la que le ha tocado vivir.
“Ocupen el lugar que les corresponde en la gran familia de los pueblos de este continente y de todo el mundo, no como los últimos que piden ser aceptados, sino como quienes con pleno derecho llevan consigo una tradición rica y grande, cuyos orígenes están en el cristianismo.
“Les quiero hablar también de compromiso. El compromiso es la respuesta valiente de quienes no quieren malgastar su vida, sino que desean ser protagonistas de la historia personal y social. Los invito a asumir un compromiso concreto, aunque sea humilde y sencillo, pero que emprendido con perseverancia se convierta en una gran prueba de amor y en el camino seguro para la propia santificación. Asuman un compromiso responsable en el seno de sus familias, en la vida de sus comunidades, en el entramado de la sociedad civil y también, a su tiempo, en las estructuras de decisión de la Nación.
“No hay verdadero compromiso con la Patria sin el cumplimiento de los propios deberes y obligaciones en la familia, en la universidad, en la fábrica o en el campo, en el mundo de la cultura y el deporte, en los diversos ambientes donde la Nación se hace realidad y la sociedad civil entreteje la progresiva creatividad de la persona humana.
“No puede haber compromiso con la fe sin una presencia activa y audaz en todos los ambientes de la sociedad en los que Cristo y la Iglesia se encarnan. Los cristianos deben pasar de la sola presencia a la animación de esos ambientes, desde dentro, con la fuerza renovadora del Espíritu Santo.
“El mejor legado que se puede hacer a las generaciones futuras es la transmisión de los valores superiores del espíritu. No se trata sólo de salvar algunos de ellos, sino de favorecer una educación ética y cívica que ayude a asumir nuevos valores, a reconstruir el propio carácter y el alma social sobre la base de una educación para la libertad, la justicia social y la responsabilidad.
“En este camino, la Iglesia, que es ‘experta en humanidad’, se ofrece para acompañar a los jóvenes, ayudándolos a elegir con libertad y madurez el rumbo de su propia vida y ofreciéndoles los auxilios necesarios para abrir el corazón y el alma a la trascendencia. La apertura al misterio de lo sobrenatural les hará descubrir la bondad infinita, la belleza incomparable, la verdad suprema; en definitiva, la imagen que Dios ha querido grabar en cada hombre”.
Serán los jóvenes cubanos el sujeto histórico responsable del porvenir en su nación caribeña. La dignidad comunitaria, unida a las raíces de la fe, hará que los jóvenes avancen hacia la meta de una gran reconciliación. Podrán unir los valores de la socialización con una democracia iluminada, abierta a la trascendencia. Luferni