Chispas de aquel fuego
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Fueron momentos presentes auténtica y profundamente vividos.
–Caminaba aquella mujer con miedo y con vergüenza. Tenía tanto tiempo enferma con aquella sangre que no paraba. “Si logro tocar su manto me curaré”, pensaba y se acercó, entre la multitud, al Maestro y tocó su manto. Quedó curada en ese momento.
Muchos lo tocaban por todos lados, pero Él supo que alguien lo estaba tocando con fe verdadera. “Vete, tu fe te ha curado”, le dijo el Rabi antes de que se alejara ella sana y feliz.
–Aquello del ciego fue sorprendente. Porque su oído, afinado por compensación, oyó, en medio del bullicio, que era Jesús el que se acercaba y gritó a todo pulmón: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Cuando oyó que el Señor lo llamaba, arrojó su cobija y avanzó sin bastón. Sus pasos tambaleantes lo llevaron a la luz que buscaba.
Sólo escuchó que Jesús le decía: “Que se haga como has creído”.
– “¿Cómo es posible que quiera hospedarse en mi casa?”. Era la pregunta que resonaba en la cabeza de Zaqueo, el prestamista de baja estatura, cuando bajaba apresuradamente del arbusto al que se había trepado para poder ver al visitante.
Cuando vio que Jesús entraba en su casa se dio cuenta que el Maestro no amaba a quien era bueno sino que hacía mejor al que amaba. Lo sintió en su corazón y el Reino llegó cuando decidió devolver todo lo que había robado.
–Sólo aquel leproso volvió. Cuando se fueron eran 10. Sólo él, al verse limpio, se devolvió con paso veloz a dar las gracias porque su piel ya estaba sin llagas. Jesús levantó la vista hacia la lejanía y preguntó: “¿dónde están los otros nueve?” Una pregunta que todavía sigue haciendo en nuestro tiempo…
–Ella sólo llevaba el perfume de nardo en frasco de alabastro. Ya puesta a los pies del Maestro, los lavó con sus lágrimas y los enjugó con sus cabellos y los besó con respeto. Cuando se fue recordaba lo que el Señor había dicho al anfitrión distraído: “Se le ha perdonado mucho porque ha amado mucho”…
–Cuando estaba jovencita, recién nacido su niño, le dijeron que una espada le traspasaría el alma. María subió a la montaña de la alegría al visitar a Isabel, pero fue hasta la segunda montaña, la del Calvario, cuando sintió en su corazón esa espada que había mencionado el profeta… Y permaneció ahí, en silencio, frente a la cruz…
El Maestro de Nazareth, hijo del hombre, había dicho: “Fuego he venido a traer a la tierra y cómo desearía que ya estuviera ardiendo”…