Cerrar los ojos
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Las imágenes y videos de personas a punto de morir no son nuevas, como tampoco lo es la violencia que nos ha acompañado desde que, como especie, dominamos la Tierra. Le cito dos casos: durante la Guerra Civil Española, el fotógrafo Robert Capa tomó el momento exacto en que era asesinado un miembro de las milicias. En 1968, durante la ofensiva Têt, el fotógrafo Eddie Adams, de Associated Press, capturó el instante justo de la ejecución de un tiro en la sien a un capitán del ejército; es la barbarie de la guerra. Así fue como circularon sin freno las imágenes y videos de la absurda guerra en contra del narco, de las cuales pasamos de la indignación, luego al morbo hasta llegar a la indiferencia. Son todos hechos terribles, pero suceden.
Eso pasó con el video de la semana pasada. Y es que resulta escalofriante y doloroso ver a un jovencito disparando a su maestra y a otros compañeros de clases para luego suicidarse. Federico planeó su ataque meticulosamente y sabía que una cámara lo grababa. Era un joven inquieto y enojado que necesitaba ayuda y que al parecer la recibió, pero no fue suficiente. El tiroteo ocurrió en ese horrible nexo de la enfermedad mental, la disponibilidad de las armas de fuego y nuestra obsesión nacional con la cobertura sensacionalista de la violencia. Luego siguió la difusión del controvertido video y la molestia de muchos para que no se difundiera, en un intento de “proteger” a las víctimas y al público de las noticias que consideramos demasiado atroces para mostrar.
Y ahí es donde comenzó un dilema ético: ¿difundir o no estos videos e imágenes? Algunos medios lo hicieron de una manera limitada, otros se negaron por completo y otros más salpicaron imágenes de los disparos en sus portadas. En redes sociales, muchos lo publicaron y otros iniciaron una especie de campaña para que no se hiciera; al final, el video no pudo ser contenido. Estamos horrorizamos porque esta violencia descarnada nos tocó cerca y estuvo a cargo de un jovencito, de quien no alcanzamos a comprender por qué lo hizo.
Pero ahí está también el hecho de la violencia en sitios tan lejanos como Siria o en una escuela en los Estados Unidos de América sin que al menos nos conmuevan.
En mi caso personal, jamás quisiera ser testigo de un asesinato o ver un cadáver. Tampoco que le sucediera a alguien de mi familia ni tampoco a nadie. Seguramente estaría indignado si fuera el padre de una de las víctimas.
Pero como siempre, la realidad nos ha rebasado, y lo trágico y escandaloso se han convertido en la norma. Cuanto más impactante, ofensivo y extremo, más queremos verlo, más hablaremos de ello y más lo compartiremos en las redes sociales. Pero hoy gracias a estas redes, la decisión de difundir algo no está en las manos de los altos ejecutivos de los medios tradicionales. Ahora es el público el que tiene el poder de decidir qué tipo de noticias quiere consumir. Así que la razón para transmitir el video fue simple: es la verdad. Se nos muestra lo que saben que atraerá nuestra atención, nos dan sólo lo que anhelamos, lo que nos gusta.
Así que ¿podemos culpar a alguien por darnos lo que queremos? Si hay un problema, está con nosotros, no con ellos.
Es probable que luego de estos hechos, algunos noticieros de televisión se negarán a decir el nombre del asesino o mostrar su imagen o las imágenes del crimen. Tal vez las redes sociales y los medios electrónicos sociales bajarán de sus páginas esas imágenes o videos un poco más rápido. Quizás ocurran cambios menores demostrando “sensibilidad”. Pero hay algo que no podemos negar: algunas de las imágenes difíciles de ver son históricamente las más potentes e importantes para que de verdad podamos abrir los ojos. Un testimonio para que las heridas cicatricen y nos hagan confrontarnos con la realidad brutal de la violencia y movernos a hacer algo para detenerla.
Lo que ocurrió en Monterrey supera cualquier intento por entenderlo, pero sucede en todas partes y en todo momento. Es horrible, aterrador, pero las circunstancias trágicas que rodean a estos hechos no cambiarán porque se difundan. La violencia y el terror están ahí y no desaparecerán sólo porque cerremos los ojos.
@marcosduranf