Carisma del Papa
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Uno de los mayores atractivos explotables del Papa Francisco es, a todas luces, su carisma.
Se forme o no parte de la Iglesia que dirige, considero que la atracción de su persona viene en sentido directo de la sinceridad con que parece expresar cada acción.
Esto es ya mucho decir en un dirigente en momentos como el actual, cuando no es así el promedio. Su visita entre los mexicanos ha despertado en sectores disímbolos, por lo menos simpatía y curiosidad. Aunque es evidente que en muchos persiste el escepticismo y en otros más el definitivo rechazo, creo que pocos son capaces de negar el carisma del Pontífice.
Llega a nuestro País luego del motín en la cárcel de Topo Chico, en Nuevo León, lo que le hizo expresar inmediatamente sus condolencias a los familiares de los reos muertos. Entra conociendo las condiciones de desesperanza y desaliento de muchos grupos de la población. Llega entendiendo la situación de pobreza en regiones como a las que ya visitó, y en lugares donde la violencia hizo su nido años y años.
Quienes afean su visita a México considerándola poco favorable en un País donde, aseguran, ya no es ni siquiera lo católico que era hasta hace pocos años, y lo critican al verlo como un Jefe de Estado que nada tiene que hacer en nuestro País, se olvidan de que el Pontífice llega arropado en su carácter de visita oficial y como pastor de su Iglesia.
La recepción que hace el Gobierno de Enrique Peña Nieto refiere el cumplimiento de una obligación protocolaria entre dos Estados que mantienen relaciones oficiales. Otra cosa es ir más allá: como el mezclar ambas esferas. Tal cosa hace el alcalde de Ciudad Juárez al proyectar que la Llave de la Ciudad que le entregará tenga la forma de corazón. Los símbolos significan mucho y al decidir esa forma en la llave es contrario al sentido exclusivamente laico que, desde mi punto de vista, debiera tener la bienvenida, además de lo cursi que resultara.
Aunque en lo personal lo considere así, tampoco es de rasgarse las vestiduras y denostar con virulencia las acciones de uno u otro Gobierno que reciben al Papa de tal o cual manera, apegado o no a rigurosos protocolos deseables en un estado laico.
Sociedades como la de Ciudad Juárez, tan golpeada como fue por la violencia; pueblos como Ecatepec o Tuxtla o Morelia, donde se conjugaron pobreza o falta de fe (Ecatepec es el bastión de la Santa Muerte), son entidades representantivas de un México que el catolicismo en muchos sentidos necesita recuperar. Y el Papa Francisco llegó con esa idea: no con la de establecer complicidades con los gobiernos (que esa ha sido una de las lecturas de su visita), sino, desde mi particular punto de vista, la de lograrse atraer de nuevo a los fieles que la Iglesia Católica ha ido perdiendo.
En entrevista con un grupo de mexicanos, a través de Notimex, estas fueron algunas de sus palabras: “Lo que más me mueve a mí es: ¿qué voy a buscar a México? Yo voy a México no como un Rey Mago cargado de cosas para llevar, mensajes, ideas, soluciones a problemas, no pensemos todas esas cosas. Yo voy a México como un peregrino, voy a buscar en el pueblo mexicano, que me den algo. No voy a pasar la canastita, quédense tranquilos, pero voy a buscar la riqueza de fe que tienen ustedes, voy a buscar contagiarme de esa riqueza de fe”.
Difícil la labor de quien está al frente de la Iglesia. Difícil, más aún, cuando, como lo dice Carlos Fuentes, la Iglesia se constituyó en la “industria de Cristo, una industria que nos aleja de Cristo”. La iglesia que, siguiendo con Fuentes, “aprovecha, administra, pero no alcanza a apropiarse de la figura de Jesús, que constantemente rebasa a la Iglesia creada en su nombre”.
El Papa Francisco ha aterrizado su pontificado de una manera claramente distinta a la de muchos de sus antecesores. Ello no convence aún a sus detractores; pero para los fieles de la Iglesia Católica hay algo en él que los hace sentirse, de nuevo parte de la comunidad de la que, quizá, han pensado en algún momento alejarse.