Calidad literaria de Avellaneda
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El Quijote escrito por Avellaneda (su seudónimo completo fue: Alonso Fernández de Avellaneda), según se dijo en el artículo anterior fue visto con la mayor indiferencia por sus contemporáneos, al grado de que no fue siquiera citado por ningún escritor del Siglo 17 y una segunda edición de la obra sólo volvió a aparecer hasta 127 años después de la primera. Mayor desprecio no pudo haber recibido en su tiempo.
¿Significa lo anterior que ese Quijote falso fue de nula o ínfima calidad literaria? Todo parece indicar que no, según la valoración de que empezó a ser objeto tres siglos después de su inicial publicación.
Así, en 1905 el célebre escritor y erudito español Marcelino Menéndez y Pelayo expresó de ese desconocido autor lo siguiente: “El decir de Avellaneda es terso y fácil; su narración, clara y despejada, aunque un poco lenta; hay algunos episodios interesantes y bien marginados; el chiste es gracioso, abundantísimo y espontáneo; la fuerza cómica brutal, pero innegable; el diálogo, aunque atestado de suciedades que levantan el estómago en cada página, es propio y adecuado a los figurones rabelesianos que el novelista pone en escena”.
A pesar de lo expuesto por alguien con tanta autoridad como Menéndez y Pelayo, sorprende que menos de una década después, un cervantista de la talla de Francisco Rodríguez Marín haya, en cierta forma, discrepado de aquél al considerar que el desconocido Avellaneda debió haber sido “algún estudiantón famélico” y que “como hoy vemos tan prócer a Cervantes, nos cuesta trabajo atribuirle por rival o adversario, en su tiempo, a quien tuviese talla menor que de coloso”. Un don nadie pues, literariamente hablando. Juicio adverso el de Rodríguez Marín, producto quizá de la inercia histórica.
A mediados de los años cuarentas del siglo pasado, el crítico e historiador de la literatura española, Justo García Soriano, escribió un libro sobre los dos Quijotes. Respecto del de Avellaneda dijo: “Literariamente –alejado de toda clase de prejuicios– la obra está bien escrita. Su autor no es un mero aficionado, chabacano y vulgar, sino un buen prosista que redacta con soltura, conoce los resortes de la narración amena y tiene inventiva y gracejo. Es un perspicaz observador de los tipos y de las costumbres y un novelista excelente, de los mejores de su época”.
En otro pasaje, García Soriano dice de Avellaneda que “era poeta jocoso y satírico, avezado en lides académicas. Manejaba con soltura la prosa narrativa castellana y tenía extraordinarias dotes de novelista”.
Por su parte, a principios de la década de los cincuentas, el hispanista Stephen Gilman publicó su tesis doctoral, que le dirigió Américo Castro, sobre “Cervantes y Avellaneda”, en donde sostiene que el libro de este último “tiene valor en sí mismo” y que “es más que un simple producto de ‘tosquedad’ o de ‘insensibilidad’ como quería hacernos creer la crítica de hace unos años”.
Más recientemente, hace una década, el historiador de la literatura hispánica, Juan Antonio Frago Gracia, cervantista y profundo conocedor de la obra de Avellaneda, escribió que es “famosa la novela” de éste por ser “en sí misma obra de estimables valores literarios”, que además reviste gran interés “por los méritos literarios de esta novela, que los posee, y muy destacables en varios pasajes, a parte de su nada desdeñables valores lingüísticos, con muchas claves para el conocimiento del español del Siglo de Oro” (97)
jagarciav@yahoo.com.mx