Café Montaigne 7
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TEMAS
Soy viejo. Lo digo con orgullo. Un secreto orgullo de ser ya viejo. Pasar de cincuenta años, como ya lo he hecho, significa para mí una buena vida y haber llegado a viejo. Alguna vez lo conté antes: añoraba de jovenzuelo llegar a ser viejo y anguloso como mi padre, el sastre José Cedillo Rivera. Siempre le miré y admiré en su tarea milimétrica y perfecta, acodado en su máquina de coser —Singer, la mejor máquina— o enhebrando la infatigable aguja; todo, mientras las arrugas y el cabello ensortijado y cano, le iban ganando terreno en su rostro sarraceno, más hermoso que nunca. Siempre le vi viejo. Yo, secretamente quería ser viejo en un solo día, para parecerme a él. Hoy, ya soy viejo. Da gusto.
Hoy me he preparado un buen café expreso. Una musa el día de ayer vino a mi residencia a platicar y pasar la tarde. Trajo de bastimento una cesta con galletas recién horneadas. Hoy voy a comer sus galletas con mi café. Esta musa me enseña coquetamente sus bien torneadas piernas. Sus muslos son redondos y turgentes. Usa tacones afilados y ayer traía una falda de lápiz que se ceñía a sus redondas caderas. Tengo un espejo grande en mi habitación. Este espejo siempre obliga a que las musas se vean largamente en él. Así son las ladys, atadas a la vanidad por siempre. Se ven una vez y otra, se alisan su cabello, acomodan su blusa, se miran por octava vez su maquillaje; se voltean de espaldas para ver sus caderas respingadas, luego se ven de frente, de lado, de perfil; una vez más de espaldas…
Así son las musas. Yo las dejo hacer. Las disfruto como si estuviese en pasarela de la firma de lencería Victoria’s Secret. Esta lady que tuvo a bien traerme galletas de vainilla, luego de verse en mi espejo una decena de veces, de plano me soltó, “Y tú Jesús, ya deja de verme las nalgas…” Pues sí, le dije que a la hora que se sentara, la iba dejar de ver completa. Para luego y solo admirar sus bien torneadas piernas. Rió a carcajada abierta. Con esta mujer no he avanzado a otra cosa que no sea amistad. Le digo que soy viejo para ella. Yo más de 54. Ella apenas frisa los 27 años. Coqueta, un día también me soltó, “Ya ni digas nada Jesús, pronto vas a caer…”
Tal vez sí. Máxime cuando hoy sábado obliga en el calendario cena de dos. Día de fraternidad. Febrero obliga. Pero, mi corazón tiene huellas visibles de decepciones amorosas, heridas las cuales jamás cierran del todo. Qué le vamos hacer, así soy. Decía Albert Camus que, cuando se ha tenido la suerte de amar con pasión y fuerza, “uno se pasa la vida buscando de nuevo este ardor y esta luz.” Aunque jamás regresa como en la primera etapa de la vida.
Esquina-bajan
Un día mi doctor (el chamán Rafael Torres Rangel), al verme en el estado catatónico en que me había dejado el amor efímero de una musa la cual me largó en poco tiempo, no dudó en enderezarme el siguiente discurso: “Usted ya no está para pasiones juveniles maestro…” Parte tiene razón mi galeno. Parte no comparto la idea. El quebranto del amor siempre me ha acompañado. Ahora que soy viejo y por no quedarme con una mujer de tiempo completo (ya no hay “buenas” mujeres. Perdón), la vida aprieta y se presenta una especie de tiempo de destierro, ramajes secos con brotes de amor aquí y allá los cuales no siempre cuajan del todo.
Como dicen los clásicos: el problema soy yo, no las musas. Regresando a Camus, este decía, “La belleza aislada acaba por hacer muecas.” Sin duda. ¿Pretendo entonces sentir lo mismo que sentía en mis años mozos? No. Absolutamente no. Ni me sirve a mí, y tampoco a las musas. ¿Debo de enamorarme y quedarme con una mujer ya entrada en años, como yo, y dejar atrás a las señoritas playeras de veintitantos o treinta y tantos? No lo sé. Eso sería saber demasiado. Lo peor, y creo lo comparte, usted nunca escoge pareja, novia o amante. Ellas nos escogen. ¿Pudiendo estar con millonarios, con auto y chofer, llenas de joyas y con una tarjeta de crédito ilimitada para comprar cuanto par de zapatos se les antoje, porque terminan ciertas musas en mi vida, de mi mano y en mi cama? Ellas me escogen. Así de sencillo.
Hoy es día de cena para dos. Mojo mi pluma en la tinta no del amor vivo, sino en la pasión emparentada sólo con el deseo y la lujuria.
Amar a estas alturas no lleva a nada bueno, según sabio consejo de mi galeno Torres. Ulises soy en el eterno regreso al hogar, el hogar prometido que es la vida compartida con una mujer. Busco el camino y la corriente marítima correcta; mi nave no la encuentra. ¿Será mi futuro, la placidez de la risa y las manos con uñas afiladas de esta musa de 27 años, la cual me enseña sus bragas todo el tiempo cuando cruza sus gruesas piernas en mi casa? ¿Usted lo puede saber lector, lo puedo saber yo, lo sabe ella?
Letras minúsculas
Soy viejo. Tal vez, y para contradecir a Albert Camus, hay que buscar de nuevo el ardor y la luz, la luz de la pasión primera. Tal vez.
Las ladys están atadas a la vanidad. Se ven una vez y otra, se alisan su cabello, se miran su maquillaje; se voltean de espaldas para ver sus caderas respingadas.