Café Montaigne 5
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TEMAS
Fetichistas somos todos. Fetichista me he declarado por siempre. Pablo Neruda lo dejó así escrito con su caligrafía apenas legible con tinta morada, siempre tinta morada: “Tus pies toco en las sombras…” Una musa que tuve alguna vez en mis brazos, a la cual llamaremos aquí Clarice, un día me ordenó, no me pidió, no, me ordenó en el hotel donde nos citábamos semanalmente: “anda, Jesús, desata mis zapatos de tacón, acaríciame un poco los dedos y el empeine, frótalos suavemente y quítamelos. Por cierto, si gustas, puedes ver bajo mi falda aunque la traigo muy corta de todos modos, pero puedes ver desde allí en medio de mis muslos. ¿Qué ves? Ya viste que no traje bragas… es para que no batalles, flaco...”
Cosa curiosa esto de rendirle tributo a los pies, desde el origen de los tiempos y desde que el hombre es hombre y la mujer es mujer y buscan uno en otro el placer. Sólo placer. No procreación.
Que es otra cosa. Sino placer. Llegar al nirvana prometido por el placer de los sentidos y, en especial, por el sexo. El mito es ubicuo y está en todas las culturas. El tamaño del pie indica el tamaño del pene en los hombres. En las mujeres, el tamaño del talle de su pie es el tamaño de su vagina. En la China de principios de la vida cristiana en nuestro cómputo (Siglo 1 en adelante), las mujeres se “comprimían” los pies con el afán de “achicarlos” y así, por extensión, ofrecer una vulva pequeña y cerrada.
Culturas milenarias. Chinos y japoneses han engatusado por lustros con sus historias exóticas, eróticas o de plano pornográficas, bajo el disfraz de la literatura.
Exploran la sexualidad, en este caso el fetichismo, con descaro y morosidad, amparados en una prosa delicada y certera, donde se detienen a pintar con pincel milimétrico las honduras, los pliegues y la mínima filigrana de los pies femeninos. He dado con un libro perturbador en la estantería de una librería cosmopolita en la Ciudad de México. Es “Cuentos de Amor”, del japonés Junichiro Tanizaki (1886-1965), editado para el sello Alfaguara. El libro tienen varios textos de antología, pero hay uno de ellos indócil, a ratos rayano en la pornografía –como atributo, no como condena– titulado “Los Pies de Fumiko”. Una obra de arte, un elogio desbocado de los pies y una pulsación y égloga al fetichista que todos llevamos no en el corazón, sino en nuestro ser total. La salvación de la vida misma por un objeto o una sola parte del cuerpo, en este caso, la santificación por los pies femeninos de Fumiko, una geisha púber quien vive acompañando –concubina, le diríamos– a un viejo comerciante.
Esquina-bajan
El anciano negociante, instalado en el invierno de su vida, sólo espera la muerte arrellanado en su colchón-mortaja, pero en su viaje al más allá no quiere las puntas de flecha que lo lleven a la otra orilla con el sagrado barquero, no; lo que desea el viejo Tsukakoshi es morir mientras el pie de O-Fumi San se pose claro y sereno en su frente… La gracia, calidez, belleza y suavidad de los pies de Fumiko posados sobre el extravío de un viejo indecente, a quien lo único que le interesa de todo el cuerpo y armoniosa anatomía de la joven son sus pies. El fino y deslenguado narrador Tanizaki dedica páginas enteras a la descripción de los pies de la amada Fumiko, como si describiera una batalla de samuráis donde va en apuesta el reino todo; describe los pies de la geisha como si fuese un paisaje, el más hermoso jamás visto hasta entonces…
En la página 12 del cuento del japonés se lee: “La joven, con intención de entrar, estaba sentada en el porche, lavándose con una toalla el pie derecho cubierto de barro. Su torso estaba ladeado considerablemente hacia la izquierda, oblicuo como a punto de caerse, y sostenido por un delicado brazo. Su pie izquierdo se apoyaba en el suelo con la punta de un dedo mientras su pierna derecha se doblaba en forma de arco y la joven se enjuagaba la planta del pie con la mano derecha”. Erotismo y fetichismo en estado puro. Las palabras del narrador nipón hacen arder las páginas.
En otro punto de la narración y viaje hacia los pies de Fumiko, el erotismo se trastoca en carne, alimento vivo. Fetichismo y gastronomía se vuelven a unir indisolublemente como ya lo hemos explorado en textos anteriores: “Aquellos pies blancos se teñían de un rosa tenue al llegar a los talones y las puntas de los dedos. Viendo aquel espectáculo, me acordé de los postres de verano, de las fresas con leche y del color que adoptaba el líquido blanco al mezclarse con el jugo de las frutas rojizas”. Por esto, Miguel Hernández describió los pies de su amada como “la blancura más bailable”.
Letras minúsculas
Una mujer sólo en bragas y caminando con los pies desnudos en una recámara con lajas de madera, trayendo en sus manos una taza de café, es lo más cercano al paraíso…
Una mujer sólo en bragas y caminando con los pies desnudos en una recámara, trayendo en sus manos una taza de café, es lo más cercano al paraíso.