Café Montaigne 4
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¿Venimos de la mar, de sus olas embravecidas y de sus crestas de olas jamás domadas del todo? Doy un largo sorbo a mi café mañanero. Un café de altura, pepenado en los altos de Chiapas, depositado en mi mano por la vía generosa de mi hermano, José Guerrero Esponda, quien estuvo de visita en este norte que añora, día tras día, un río, un mar que jamás veremos en estas latitudes. Doy un sorbo al café expreso, negro, duro, el cual duele en el gaznate seco y al dar el sorbo, una vez más pregunto: ¿venimos de la tierra, somos polvo de arcilla, barro y acaso polvo de estrellas caídas millones de años atrás, o venimos de la mar interminable?
¿Venimos de un gran piélago o de las estepas y llanuras de la tierra yerma? Entre Heráclito, Horacio y Píndaro me reconozco. Homero es mi contemporáneo. Al igual que Pablo, el de Tarso, en el areópago. Lo de ayer me sigue doliendo o interesando lo mismo que lo de hoy. Y tal vez y sin existir ya, lo de mañana.
Recuerdo aquel viejo pajarraco inventado y deletreado por Jorge Luis Borges, sí, esa ave que viaja hacia atrás. No le interesa su futuro, sino le interesa su pasado, de dónde viene. Por eso vuela hacia atrás. ¿Todo tiempo pasado entonces fue mejor a este que nos asiste? No lo sé. Cualquier ser humano tendrá su mejor opinión al respecto.
Pero ¿cómo ver y sentirnos cómodos hoy, cuando el ayer doloroso y cruel se presenta y reta acusador? ¿Qué es el ayer? ¿Lo podemos de nuevo masticar? Sí y no. Heráclito nos ha enseñado que el río fluye siempre y es imposible mojar la mano dos veces en el mismo río. Entonces, la gabardina, esa prenda infaltable en nuestro guardarropa al menos en esta parte de México, que nos guarda de las lluvias torrenciales de ciertos meses, nos defiende del sol inclemente y nos mantiene frescos y calientes a la vez en otoño e invierno –no hay contradicción de por medio–, ¿es la misma prenda funcional y apreciada por los guerreros de la Primera Guerra Mundial a la de hoy, domesticada y olorosa a perfume, que es un accesorio más en el clóset de Madonna, Brad Pitt, Jessica Simpson, Denise Richards… que la han popularizado?
No poca cosa, señor lector, cuando ahora sabemos que la clásica firma de gabardinas, la Burberry, inició su periplo en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, pero hoy es accesorio de pasarela, es parte de la moda y sí, forma parte del vestido diario de príncipes (los de Gales, Carlos y la malograda Diana), roqueros (Madonna), actrices (Uma Thurman) o de plano, modelos (Claudia Schiffer). ¿Es la misma gabardina, cambió la gabardina, cambiamos nosotros?
Esquina-bajan
Sobre este tópico hace poco discurrimos la bella Beatriz Cárdenas Garza, hija del ingeniero Juan Ramón Cárdenas, el chef y quien esto escribe. Esta gabardina ruda y de batalla (la Burberry) fue creada en 1856 por Thomas Burberry. Éste, incómodo con los ropajes de la época, que no tenían ni dejaban mucha libertad para el movimiento del cuerpo en condiciones climatológicas adversas, diseñó una tela de tejido muy cerrado, con hilos de algodón o lino, tratados previamente y repelentes al agua. El resultado de esta prenda fue la gabardina como hoy la conocemos (término shakesperiano el cual se refiere a un “lugar de cobijo del mal clima”). Desde entonces se popularizó.
La han usado Winston Churchill, Jacques Chirac, Humphrey Bogart, Clint Eastwood, Madonna… Casi todos los modelos actuales son descendientes de la trench coat, la gabardina de la guerra en las trincheras. Pero hoy los nuevos horizontes y el soplo del viento de la moda han llevado a esta gabardina ruda a derroteros apenas imaginados. Una lluviecilla triste e insípida obliga a sacar la gabardina del armario para ir a un compromiso contraído con anterioridad. Gotas, decenas de gotas de lluvia saltan y mojan entonces nuestro rostro y el chapoteo en la calle obliga a encajar el zapato en el pavimento para no resbalar, mientras nuestra Burberry capotea la lluvia que ya empapa.
Las celebridades y la realeza la usan hoy como una prenda más que da glamour y presencia. La gabardina sigue siendo el clasicismo mismo que da su esencia: de largo tres cuartos o algo más colgada, de color beige y los forros a cuadros. Un cinto, solapa ancha. No más. Veo fotografías de combatientes de la gran guerra en Europa y sólo con mirarlos en su trinchera, cubiertos de hielo, fango y nieve, da frío; todos uniformados y defendiéndose del clima hostil con su gabardina Burberry. Tengo una pálida imitación de ésta. No es original, pero me defiende del inclemente tiempo en ciertas ocasiones. Pero ¿es la misma gabardina? ¿Es otra? ¿Cambió la prenda o cambiamos nosotros?
Letras minúsculas
La gabardina empezó en las trincheras de la guerra. Hoy es una prenda de pasarela…