Ayate transfigurado
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Es tela burda para uso ordinario.
Pintar algo en él parece un absurdo. Una ocurrencia desproporcionada.
Y ahí está la imagen de más de cuatro siglos.
La historia narrada en el “Nican Mopohua”, del indio Valeriano es de una frescura encantadora. Se da el encuentro y surge un diálogo. La Señora del cielo se presenta al indio diciéndole: “soy la madre del verdadero Dios por quien se vive”.
Al verlo preocupado le dice: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” Se manifiesta así en ella una doble maternidad. La divina y la humana.
“He ahí a tu hijo”, le había dicho el Hijo divino desde la cruz de su sacrificio redentor, señalando a Juan, el discípulo amado. Por eso Ella llamará también “hijito pequeñito y delicado” a este otro Juan del Tepeyac.
En aquel alumbramiento doloroso, Ella extendió su maternidad a Juan, el discípulo amado y representante de toda la humanidad. Ella, ahora, a Juan Diego, como madre, le dice que nada tiene que temer porque Ella está aquí.
Parece adelantar veladamente la noticia de que su estancia no será pasajera. Al presentarse no había dicho sólo: “soy” sino también “estoy”.
Como si dijera, “como madre, me quedaré aquí”. Narra el indio Valeriano cómo la madre del cielo le da a Juan Diego la encomienda de ir con el obispo y llevar flores en su ayate, como prueba de haberla visto y oído.
Lo nombra su embajador, su mensajero y el ayate se transfiguró cuando, al dejar caer las rosas, fueron dejando la prodigiosa imagen en la burda tela de su sayal. La petición al obispo era un templo. Ella lo pedía para, desde allí, cuidar y curar y proteger a todos los habitantes de estas tierras.
El “aquí” de María no se reduce a sólo este País. Lo reclaman también como suyo todos los países indoibéricos y consideran a María de Guadalupe como la Emperatriz de América.
Después de decir “soy la madre y me quedaré aquí”, deja en Juan Diego, a todos, la tarea de la construcción de ese templo. Y ahora entendemos que, al ser madre, nos declara hermanos. Y tendremos que ser piedras vivas de un templo de fraternidad, de reconciliación, de paz y de unidad.
Ésa es la tarea no cumplida. Ése es el templo que todavía no hemos sido capaces de construir. ¿Algún día estará cumplido el deseo de la madre María de Guadalupe que quiere ver a sus hijos viviendo todos como hermanos?