Atorado, pero con Gignac
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Chivas se fue ileso del Universitario, pero aturdido. No sólo por ese estado de ebullición y el grito ensordecedor que provocó Gignac, sino por lo que no hizo para evitarlo.
A Tigres, la lectura de la primera Final tampoco le debería generar un nivel de satisfacción tan expresivo, teniendo en cuenta los flojos cimientos que construyó detrás del súbito empate.
El primer duelo de la serie arrojó un resultado que tuvo una escasa relación con el desarrollo. El 2-2 no fue una consecuencia directa del juego, sino un capricho del destino ligado a cuestiones poco naturales.
Al partido lo empató Gignac, no Tigres. Es la única manera en que se puede resumir y encontrarle la lógica a ese marcador favorable que, de la nada, se apropió de facto el campeón.
Porque puede haber muchas vacunas para este Tigres, pero todavía no existen los antídotos para sus destellos individuales. Y mucho menos cuando esos recursos de calidad son encabezados por Gignac.
El francés no necesita que le sirvan la jugada porque su inventiva vulnera lo ordinario. Sólo ocupa de un balón con ventaja y él se crea los espacios para completar la tarea. No pide apoyo. Exige que no le pierdan de vista porque siempre está listo para gatillar.
Gignac es un fenómeno. Se despegó del confuso e impotente juego de Tigres y en cuestión de minutos resolvió por su cuenta lo que el equipo no había podido capitalizar en más de 80 minutos.
Atorado y sin poder de control, lo de Tigres se redujo a nada. Fue una expresión fantasmal, inusual a cómo venía atropellando a sus rivales desde antes de esta Liguilla.
Chivas ejecutó un plan tácticamente magistral, basado en la dinámica, en la superioridad numérica sobre el balón, en una sostenida presión y en la organización y concentración colectiva. Debía jugar así. Con cualquier otra opción estratégica se exponía a sufrir más.
El Guadalajara hizo lo que pocos equipos hacen cuando enfrentan a Tigres: incomodar a quien tiene el balón y anular al receptor. Sin circulación, Tigres pierde las referencias del partido. Chivas lo ahogó, lo sacó de onda, lo llevó a su juego de ida y vuelta, y lo fracturó.
La fórmula de Almeyda fue correcta; la ejecución de sus dirigidos, altamente efectiva. Chivas hasta se topó con dos goles que le pagaron tremendo esfuerzo. Transformó en virtudes dos regalos de Guzmán. Nadie le discutió la ventaja; sí cómo se dejó empatar.
Los fantasmas del fracaso sobrevolaron sobre Tigres y la pregunta sobre si este equipo sabe jugar Finales volvió a escena. Sólo ha podido ganar dos de los 13 juegos de las recientes siete series decisivas, incluida ésta. ¿Su último destino seguirán siendo las Finales, no el título?
Esta vez el equipo de Ferretti evitó el ridículo porque trae fino a Gignac. El favorito no lo fue tanto. Tigres algo tendrá que cambiar para zafar del acoso al que Chivas mañana nuevamente lo someterá. Sería algo riesgoso especular con otra genialidad.