Almeyda, creer con las botas puestas
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Almeyda no sólo está recuperando la salud competitiva de Chivas, sino también su esencia. Está demostrando que el camino de la superación se puede construir sin tantos quilates cuando el convencimiento detrás de una idea tiene forma y fondo.
Saber a qué se juega y para qué se juega es un propósito primario, y Almeyda ha logrado inculcarle a su grupo de jugadores que son los mejores, que pueden desafiar esa aura luminosa de los poderosos y, por sobre todas las cosas, les hizo ver dónde están parados: el club al que pertenecen y la ventaja de ser chiva.
En Argentina, Almeyda es considerado un idealista y los argumentos sobran. Es un perfeccionista del concepto, de lo que quiere. Un tipo frontal que ha hecho de la sinceridad una cualidad distintiva en un futbol, muchas veces, hipócrita.
Pero también es un tipo que resuelve en situaciones límites, -quizás una de sus mayores virtudes-, gracias a sus indestructibles convicciones. “Almeyda no es que siempre piense en morir con las botas puestas, sino más bien cree que si no se las quita podrá salir de donde está y vivir más”, me dice un colega argentino. Más gráfico, imposible.
Cuando un DT es valorado por lo que hace en la adversidad, sus acciones se cotizan más que aquel que solo lustra su nombre en la prosperidad. Almeyda no le saca a las complejidades y a las presiones, y en Chivas, definitivamente, ha encontrado una nueva horma para su zapato.
Su muestrario empieza por River Plate, en su primera experiencia como entrenador. Almeyda se graduó de entrenador en el capítulo más negro de uno de los clubes más grandes del continente.
Soportó un estrés fulminante, aprendió a lidiar con los cuestionamientos, mantuvo la concentración del equipo y fortaleció su idea. Fue valiente, ambicioso y a la vuelta de un torneo por canchas del ascenso, devolvió a River al lugar de origen.
Después de ese particular aprendizaje emocionalmente complicado, Almeyda redobló la apuesta y tomó Banfield. Un club cuyo grado de dificultad para trascender era mucho más pronunciado. Sin embargo, también lo llevó a Primera.
A Banfield lo sacó de la monotonía futbolística. Hizo un equipo valiente y decidido. Jugaba mejor quizás de lo que sumaba, con una identidad definida y con futbolistas que, convencidos, potenciaron sus atributos.
Almeyda le dio a Banfield no sólo resultados, sino beneficios económicos por aquello de revalorizar a un equipo en el sordo anonimato del ascenso.
Hoy, su gestión en Chivas es un dejá vu de lo vivido en sus dos equipos anteriores. Almeyda está aprobando las asignaturas más importantes de un entrenador: números, clasificación, ha consolidado un grupo, un estilo de juego y le dio coherencia a una institución dominada, regularmente, por las incoherencias de Vergara.
Y el mérito del técnico fue haber hecho todo otra vez con un plantel de escaso brillo, con puros ejecutores de corte nacional y con muchos jóvenes, a quienes les transmitió ese nervio fundamental de luchar por un ideal. Lo ha logrado, incluso, hasta con el “Gullit” Peña, un jugador al que tuvo que domesticar a base de regaños y paciencia.
No se sabe cuál será el destino de este acelerado y productivo presente del Guadalajara ya incrustado en la Liguilla, pero de lo que no hay dudas es del sello que lleva tatuado el equipo. Almeyda lo volvió a hacer y esta historia de superación, como en River o Banfield, también le pertenece.