¡Ah! El imbatible tiempo
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Reniego del tiempo cuando éste pasa cantando. ¿Usted cómo mide el tiempo, señor lector? ¿Por fechas en el calendario, por días de asueto, por días de lluvia, por días luminosos donde el sol deseca los cuerpos de las lagartijas en este desierto tórrido y por siempre sediento; usted mide el tiempo en su reloj Steelco –decía mi padre, el sastre José Cedillo Rivera, el mejor, el más preciso y de más estilo, mientras limpiaba una y otra vez su carátula amarilla, con bordes biselados y aro bañado en oro laminado– o tal vez en un Piaget o definitivamente un clásico, Longines o Tag Heuer? ¿Qué son el tiempo y las horas para usted, señor lector? Imagino que, como yo, usted todo el tiempo se ha adaptado al “tiempo”. Pienso y afirmo que pocas veces, muy pocas, ese convencionalismo social y económico llamado tiempo se ha adaptado a nosotros.
¿Qué es para usted mal tiempo? ¿Qué significa para usted la hora sexta, esa hora grande, alta y dolorosa en la cual murió crucificado el maestro Jesucristo (Lucas 23:44) en el famoso Monte Calavera? ¿Cuándo dejó de haber hora sexta y todo se jodió y se convirtió en las 10 de la noche con 14 minutos, las 8 de la mañana y 34 minutos… y así hasta el abominable exterminio? ¿Es usted de los que le ponen al mal tiempo buena cara? Muletilla machacona que es palabrería huera. Sólo eso. ¿Qué entiende usted cuando su hijo adolescente llega a su casa a las tres de la “madrugada”, luego de una buena parranda? ¿A esta hora usted ve la mañana, la madrugada? ¡Bah! Paparruchas. A esa hora del lobo, yo sólo veo la espesura, la negrura de la noche y la hora incierta en la cual mueren la mayoría de los ancianos y viejos aquejados de enfermedades perniciosas…
Se habla de “ganar tiempo”, “estás perdiendo el tiempo”; con el cambio de horario de verano se “ahorra energía y rinde más el tiempo”. Basura, patrañas. El tiempo ni se pierde ni se gana ni se ahorra: no es un bien, vaya, para atesorar. Simplemente es el tiempo. Y éste, marcado por un reloj, en este caso de arena, para dialogar con Jorge Luis Borges y su poema, “no detiene nunca la caída” mientras el poeta se “desangra”. El paso del tiempo “todo lo arrastra” y “no he de salvarme yo, fortuita cosa / de tiempo, que es materia deleznable”. Somos materia deleznable y prescindible de este mundo. Y no pocas veces el tiempo, las horas del reloj nos juegan tristes charadas, como a mi ídolo F. Scott Fitzgerald quien deletrea en uno de sus textos: “Eran las nueve de la noche; al poco rato miré el reloj y encontré que eran las diez”.
ESQUINA-BAJAN
Cambiamos la hora para estar de acuerdo al llamado “horario de verano”. ¿Cambió usted, cambió el reloj, cambió el tiempo, qué jodidos cambió? ¿Para que cambiar y adelantar sustancialmente una hora el reloj? ¿Podemos detener la muerte de Jesucristo al atrasar nuestro reloj? ¿Qué era, que significaba en ese entonces la hora sexta? ¿No había en ese entonces el “Horario de Verano”? Corría el año 1922, en Santiago de Chile vivía y escribía como poseso sus primeros versos un joven vestido de luto negro, era delgado y bohemio, tuvo que vender sus posesiones materiales para editar su primer libro de versos. Vendió muebles y empeñó su joya más preciada heredada de su padre: un reloj de pulsera. El joven larguirucho y ataviado de luto ceremonial era Pablo Neruda, escritor favorito del abogado especialista en Derecho Electoral, Gerardo Blanco.
El peruano escribió un sentido elogio del reloj y del tiempo: “Oda a un Reloj en la Noche”. Dice y dice bien el poeta: “El reloj / siguió cortando el tiempo / con su pequeña sierra / como en un bosque / caen / fragmentos de madera, / mínimas gotas, trozos / de ramajes o nidos, / sin que cambie el silencio”. El tiempo es cosa tan seria, con un linaje místico y poético escogido. Lo vimos rápido, que nos hemos jodido a nosotros mismos al haberlo dejado en manos de charlatanes, economistas, cresos e ingenieros. ¿Ahorro de tiempo y energía? Nunca. ¿Cuándo lo ha visto usted en su vida y recibo? En abril de 1996 se introdujo eso de adelantar el reloj por “horario de verano”, imposición de EU, y la entrada de México al TLCAN. Fin de esta engañifa.
Un diccionario antiguo inglés definía al calendario como “la distribución política del tiempo, adaptado para ser utilizado”. Así de sencillo, el horario de verano es cosa de contables, no de valores, ahorros y demás mentiras. El tiempo se evapora como humo entre las manos. ¿Para qué queremos al tiempo, para que medirlo y tratar de sujetarlo en precarios conceptos que se van apenas en un segundo al escribirlo, pensarlo, deletrearlo? Porque así ha sido siempre, desde el origen de la humanidad con nuestros hermanos primitivos, darwinianos y prehistóricos. Ellos empezaron a registrar patrones, ciclos, secuencias, lunas, tiempos de marea alta o baja; estaciones climatológicas para sembrar y cosechar. Se empezó entonces a medir el tiempo…
LETRAS MINÚSCULAS
El tiempo que mide un reloj engendra, escribió Stanislaw Lem, “desesperación y amor”. Le creo. Reniego de este horario para burócratas.